Entonces, escribo
Por Damaris Disner
Si al menos tuviéramos la certeza de cómo pasará el día sabríamos elegir tenis o sandalias. “Podemos estar preparados para todo menos para lo impredecible”, lo escuché por ahí. Recuerdo que fue sábado. Concluía el Diplomado de Constelaciones Familiares que cursamos durante un año. La clase final se llevaría en un hotel ecológico, desconocido para mí, a las afueras de la ciudad.
La desidia que me acompaña, más que la rutina, tiró las cartas. No quedé con ninguna de mis compañeras para irnos juntas. Así que me vi sola en aquella carretera que a los veinte minutos se hacía interminable. “Está detrás de las antenas de TV Azteca, cuando las encuentres te sigues derecho y ahí es”. Pero nadie advirtió que ¨derecho¨ era sinónimo de un camino al cielo por lo empinado, su estrechez no daba posibilidad de marcha atrás. Entendí que a veces la vida no da opciones.
Llegué más sudorosa por los nervios que por el calor de 38 grados. Respiré antes de entrar al restaurante donde mis compañeras y la maestra pedían el desayuno. El hotel era un paraíso después de enfrentarme al miedo de que el auto se fuera para atrás en la eterna subida. Los senderos que conducían a las cabañas donde pernoctaríamos, tenían la verde belleza de la que la ciudad carece. Nunca imaginé que en la noche toda la paz que sentíamos se volvería una energía paralizante.
La clase se llevó a cabo con emoción por terminar el diplomado y conocer un nuevo sitio. Por la noche charlamos a lado de la alberca. Se nos ocurrió beber vino para brindar. El restaurante los vendía a un precio elevado. Queriendo ahorrar dos compañeras se resignaron volver a la ciudad para comprarlo; y es que a pesar del antojo todas buscábamos pretextos para no ir. Un impulso me hizo decirles que las acompañaría. Bajamos en el auto de una de ellas. Si de día ansiaba ver un alma que indicara el camino, de noche rogaba por no verla. Hicimos la compra y regresamos. Me sentí tranquila de no conducir porque el camino pareció más largo.
Y de pronto, ni para atrás ni para adelante. El carro se varó a media subida. La conductora comenzó a sudar. “Negrito, sube, por favor, Negrito”, decía nerviosa, pero este parecía vislumbrar un fantasma porque a cada intento de arranque temblaba hacia atrás. La oscuridad pareció sentarse a acompañarnos. No había señal en ninguno de los celulares. A pesar de eso no me arrepentía de acompañarlas, lo que me impulsó fue la clara señal de peligro. Recordé la mañana cuando no decidía si llevar tenis o sandalias. Si fuera tan fácil como eso. Mi imaginación febril mostraba que nos iríamos al despeñadero porque el auto se deslizaba. Sacudí la cabeza y decidí visualizar que en cada extremo del carro un ángel se colocaba empujándolo cuesta arriba. Funcionó, el carro se puso en marcha. Subimos con las caras tan pálidas y sudorosas como si en realidad los hubiéramos visto. Tendré que decir: jamás una botella de vino fue tan necesaria.
Damaris Disner es escritora y periodista cultural. Imparte los talleres de escritura-terapia ˝Entonces, escribo˝ y ˝Desde el tejado de la infancia˝. Dirige, desde hace siete años, el espacio multidisciplinario independiente ˝Galería Rodolfo Disner˝. Contacto: [email protected].
Pintura: Samuel Cane.