Omar Rincón compiló un hermoso libro titulado ¿Por qué nos odian tanto? La pregunta se refiere al gremio periodístico, gremio bastante ominoso. Quise rescatar esa pregunta sólo que no dirigida a un gremio, sino para otear un movimiento: el feminista.
Como la mayoría de los movimientos sociales que buscan la mejoría de la sociedad, el movimiento feminista es histórico, con un amplio cuerpo teórico crítico, la práctica ha necesitado de teoría y viceversa.
En México como en la mayoría de los países, la inspiración del movimiento feminista estuvo determinada por la lucha que exigía el derecho de las mujeres al sufragio. Una vez que este derecho fue conquistado, las mujeres empezaron a visibilizar nuevos y grandes problemas resultado de la desigualdad en todos los ámbitos de la vida, en relación con los varones.
Surgieron pues, demandas para frenar los diferentes tipos de violencia masculina contra las mujeres, una crítica por el control, uso y disfrute del cuerpo de las mujeres, empezó la batalla contra la despenalización del aborto, contra el heteropatriarcado; posteriormente, las lesbianas ganaron visibilidad y fuerza dentro del movimiento feminista, luego surgieron nuevas luchas interseccionadas como de raza, clase y género, el ambientalismo feminista, el feminismo autónomo radical, la academia, el feminismo dentro de los medios de comunicación, en fin, un inconmesurable mundo que apenas se descubría.
Una vez que el movimiento feminista conquistó el derecho al voto fue por más, el punto es que no se trataba de un movimiento homogéneo con dirección, mucho menos que tuviera una caudilla que apuntalara la prioridad del movimiento, conformado en su mayoría por mujeres de clase media y alta, letradas. Por otra parte, las sufragistas vivieron con tensión el agreste camino hacia la institucionalización del feminismo.
El feminismo es una postura crítica que cuestiona el mando patriarcal, vertical, autoritario y jerárquico y las instituciones se guían bajo estos principios, entonces, ¿cómo puede sobrevivir una feminista en una institución? ¿O es que deja de serlo? ¿O lo es con muchas tensiones? Estas preguntas son un óbice para hablar de los conflictos que hay entre las feministas que no son pocos, ni surgieron ahora, pero que a veces se presenta como una crisis severa de las relaciones entre mujeres.
En su libro Élites Discriminadas, María Antonia García de León nombra el lado oscuro del movimiento feminista, la falta de solidaridad. Le agregaría no sólo la falta de solidaridad, sino la falta de reconocimiento entre nosotras, incluso, la presencia de envidia, y el desdoro hacia las viejas o nuevas generaciones, en fin, no pocas veces, el clima del movimiento feminista es un clima de sororicidio.
Sororicidio
Sororidad del latín soror, sororis, hermana, e-idad, relativo a, calidad de. En francés, sororité, en italiano sororitá, en español, sororidad y soridad, en inglés, sisterhood.
La Sororidad es una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. Este término enuncia los principios ético políticos de equivalencia y relación paritaria entre mujeres. Se trata de una alianza entre mujeres, propicia la confianza, el reconocimiento recíproco de la autoridad y el apoyo.[1]
Sin embargo, lo que vemos es que estos principios éticos son trastocados. En los últimos años, decenas de jóvenes han abrazado la lucha feminista, en parte, por la nueva plataforma de visibilidad que otorgan las redes sociales.
La pelea por los espacios
Esto ha formado una masa feminista (ojalá fuera masiva) amorfa, con posicionamiento crítico sobre la política chiapaneca, de a poco y con la ley en la mano, han logrado pequeños espacios para fomentar la igualdad de género, y ahí tenemos un Centro de Justicia para las Mujeres, una Secretaría del Empoderamiento de la Mujer, una Fiscalía de la Mujer, paridad en el Congreso, sin embargo, en todos esos espacios no están las feministas.
Y en la mayoría de los casos los poderosos, quienes nombran a las personas para ocupar esos espacios son mujeres que no sólo no caminan con las feministas, sino que caminan en su contra.
La creación de estos espacios no por arte de magia, sino por la lucha constante de mujeres organizadas, generan expectativas dentro de las feministas, por una parte, porque las feministas no hemos estado en las instituciones, por lo tanto, queda la esperanza de que se pueda democratizar el espacio recién ganado, el punto es que cuando se abre una convocatoria, se crean tensiones entre los propios grupos ¿quién debe ocupar esos espacios? ¿La más experimentada en la lucha feminista? ¿La de mejor curriculum? ¿La de las mejores relaciones con personajes del poder? ¿La más políticamente correcta?
La pelea por los espacios rompe en parte con nuestra hermandad porque son pocos, y entonces eso representa una posibilidad de un trabajo con un salario medianamente bueno, significa también el poder trabajar en algo que te gusta, que has deseado, pero también implica ser vista, ser reconocida, tener poder y adquirir relaciones de poder, cosas vetadas para las mujeres a lo largo de la historia. Y es ahí, donde el espacio se hace doblemente peleado, grillado y, como es imposible satisfacer a todos los grupos, esos espacios se terminan perdiendo, para evitar la grilla, quienes toman decisiones terminan imponiendo a mujeres a modo.
Y volvemos a perder.
A diferencia de los hombres en el poder, las mujeres no podemos reunirlo todo, quienes tienen una larga trayectoria académica, no tienen relaciones, las de las relaciones carecen de trayectoria, las que tienen redes no tienen capital y así, es muy difícil que una mujer, militante feminista reúna los promedios masculinos de acceso al poder: padrinazgos, redes, conocimientos, capital, etc.
El estereotipo
De repente el feminismo tiene un símil con la militancia socialista de antaño, se busca que las militantes compartan las mismas lecturas, la misma vestimenta, la misma admiración por las mismas autoras, que las feministas sean coherentes con lo que dicen, cosa bastante difícil, porque todo nuestro entorno y nuestra crianza ha sido patriarcal, la familia, la calle, las escuelas, la iglesia, falso que el patriarcado se arranque de nuestra existencia, el feminismo más que una vacuna, que te cura de una vez y para siempre, se parece a un deporte de alto de rendimiento, todos los días debemos reflexionar sobre nuestras prácticas patriarcales y no necesitamos una árbitra que a cada rato nos esté corrigiendo en qué momento exacto de nuestra vida estamos reproduciendo, eso que tanto odiamos; necesitamos sí, aliadas, compañeras, amigas que a través de su experiencia y voz puedan compartirnos otro modo de ser.
Belleza, trayectoria, autenticidad
A las mujeres se nos exige dos cosas: juventud y belleza, ese es el intercambio simbólico que hacemos con los hombres, cuyo mérito viene de ser ya en sí hombres, su poder aumenta si además tienen poder, liderazgo y fama. Mientras que los hombres pueden mantener sus atributos de por vida, las mujeres No.
El mundo patriarcal se hace más “amable” cuando las mujeres cumplimos con estos mandatos, que a veces, se poseen, de manera independiente a nuestra voluntad. El problema es que luego algunas mujeres saben y explotan su juventud y belleza como medio para obtener “favores” o para hacerse poderosas en el mundo patriarcal y eso implica dejar en desventaja a muchas otras mujeres que no poseen ni juventud y belleza como su máxima valía.
Y no para ahí el problema, sino esto se traduce en competencia, en rivalidades, en aversiones, en desconfianza de quién llego a un espacio y por qué razón. En cárceles identitarias, porque la bella y joven que deja de serlo ya no es apreciada igual, porque hay pasillos enteros en los súper mercados que le exigen que siga siendo joven y bella, que arriesgue su salud de manera innecesaria para que aferre a esa idea patriarcal que sin esos atributos las mujeres prácticamente pasamos desapercibidas.
A la juventud siempre le pedimos experiencia y la juventud reclama a las mujeres mayores feministas, la pérdida de energía, el cacicazgo, la envidia, los esencialismos.
Algunas mayores ya no ven a las nuevas generaciones como posibles discípulas, como continuadoras de una lucha histórica, sino como rivales que les pueden arrebatar su corona de las “únicas feministas” o nuevas rivales advenedizas con las cuales, ahora, deben disputar los pocos espacios, que cede el patriarcado.
Es decir, la envidia, el celo, la competencia, la rivalidad no son ajenas a los espacios feministas, por el contrario, están muy presentes. El discurso colonial de “nosotras somos las liberadas” y las venimos a liberar no es un discurso ajeno al feminismo.
El feminismo debe ser una práctica que nos debe hacer mejores personas, no vivales de un discurso que no sentimos y mucho menos practicamos; otra cosa que debemos aprender es que cada persona tiene su propio ritmo de aprendizaje, hay que considerar que todas y todos tenemos grandes y graves contradicciones y que las vamos resolviendo de acuerdo a nuestros recursos de todo tipo: reflexivos, intelectuales y sensitivos, y por este motivo escribo esta autocrítica.
foto: tomada de Internet.
[1] http://rosacandel.es/diccionario/