La niña de carne y hueso se escondió en el cuarto, no le interesa la convivencia familiar. Es obediente pasa el día entero como muñeca, con medias y falda cuando la temperatura es sofocante (la gente anda en short y descalza en esos días). Aprende ballet e instrumentos musicales, saluda de beso hasta las personas que le caen mal o le producen asco, porque eructan en la mesa, se meten los dedos en la nariz y sin lavarse acarician su rostro.
Se sienta con las piernas cerradas y después de nueve años de entrenamiento obedece al pie de la letra las enseñanzas de mamá: que es más importante verse que sentirse bien, y complacer a las personas aunque ella se sienta mal.
Me pareció ver a la niña de carne caminar sin hilos hacia su espacio en la casa.
-La fiesta es acá, no en tu cuarto- le gritó su mamá indicando con las manos cuál era su lugar.
La niña regresó al mundo de los adultos, se sentó a la mesa en silencio a mentir que las personas le simpatizaban. Me pareció ver una lágrima rodar por las mejillas de madera, porque a veces también de ser tan obediente se endurece el corazón, la carne se vuelve madera, y salen hilos en la espalda para que quien desee nos dirija. Ahora es como el resto de nosotrxs, un títere.