De la serie «Lo prometo»
Por: Karla Gómez
Eva despertó ayer después del mediodía. Su madre, tocando la puerta de su cuarto le había cuestionado en repetidas ocasiones si no iría a trabajar. Ella sentía su cuerpo flotando que la animaba a no contestar, a no despertarse. No quería abrir los ojos, la claridad del sol desaparecía en las cortinas de la ventana. Las cortinas aún cerradas la refugiaban.
El calendario, detenido en la pared, sólo lo han visto perderse entre los días. Escucha como el traslado de las manecillas del reloj se van enterrando en su cuerpo. Carga la prisa entre sus hombros.
En la época de la pubertad y adolescencia se imaginó trabajando, por ello, realizar esta actividad no le desagrada. Sin embargo, reconoce que ya cayó en una monotonía, pero como hija de Tauro, ama las rutinas.
Ese lunes, sintió que su cuerpo y alma tenían 17 años, edad en la cual aún no trabajaba y aunque su espalda le doliera, trataba de permanecer encima de su colchón, envuelta con una sábana, rodeada de revistas, libros, hojas sueltas.
Sabe que ya es tarde, que nunca se ha excedido en firmar después del mediodía en la empresa donde trabaja. Abre los ojos y comienza su rutina. Estira los brazos. Ha tenido un flash back, mientras trata de equilibrar con el peine el grosor de su cabello húmedo. Se observa en el espejo, sabe que no puede mentirse, no se reconoce. «No soy ella», repite.
Las imágenes de manera simultánea comienzan a esparcirse en cada respirar y paso que da. Se ve en el pasado, metiendo un gol al equipo contrario, celebrando en un café, en una pizzería o en la casa de sus amigas. Viajando de “aventón”. También la embriaga el olor de lluvia, la textura de la piel de la rana y la emoción que le producía observar a las estrellas, como venus, que brilla cerca de la luna; así como a júpiter quien emite una luz amarilla.
Creció sin números, con una norma y lista de responsabilidades. Con la cruz de Jesucristo en su pecho. Con las lecciones de Jacob.
Eva reconoció que a sus veintitantos años de edad, aún es joven. Se percató que sí, es joven, esa tarde mientras comía, porque recordó las extensas conversaciones que ha tenido con una nueva amiga, con la quien ha compartido algunos gustos sobre música y cine. Sonríe.
Piensa que el trabajo, le ha borrado sus gustos y su manera de divertirse. Pero se siente satisfecha que la dedicación y el esfuerzo que ha hecho y que han valido la pena.
– Deberías hacer una plana de “Lo prometo”, le dijo N, mientras detenía con su mano derecha una la lata de soda.
– ¿Qué promesas?, cuestionó Eva.
– Esas que siempre te haces, de los cambios que quieres, de rescatarte, indicó.
N. quien tiene un cabello largo y oscuro, le ha desenredado esos años de extrema responsabilidad laboral a Eva. No es la primera que se lo dice, pero es quien más la ha convencido. Dio un discurso tan persuasivo y directo, como una buena oradora. Le ha señalado que por trabajar, no puede olvidarse de algo esencial: ser ella, ser mujer.