Por: Constanza Leyva
Foto: César Martínez López/Cimacnoticias
Bichos de luz
Me veo y no soy la misma, me pienso y soy otra.
Hace apenas poco más de un año mi vida era diferente.
Recuerdo que el 15 de septiembre festejamos con una noche mexicana, sí, aquí en este pequeño cuarto que es cocina, comedor, sala y dormitorio, pero eso no importaba.
Valía que estábamos juntos, que reíamos, que no pensábamos en tener más, estábamos bien, con eso nos acomodábamos.
Como casi todo el año, esa noche hacía calor y aunque había llovido fuerte, el bochorno animaba a salir al patio o a la puerta de lo que orgullosamente llamábamos casa, desde ahí veíamos a nuestros vecinos que también festejaban, la música de una vivienda similar a la nuestra invadía todo, era una fiesta común.
En la calle, casi siempre oscura, no se notaba la miseria de las viviendas, los perros flacos tirados en el piso de tierra, los chamacos correteando, gritando, riendo, nadie se fijaba en la pobreza de los trapos que los vestían, las barrigas infladas, las manchas blancas en la piel, los pelos parados, ellos también reían.
Nada me daba más gusto que tener a mis hijos juntos. Desde que Eduardo se fue a estudiar lejos, hace unos meses, me agarraba la tristeza y sin que me diera cuenta, a veces ya estaba llorando, por eso, esa noche estaba tan contenta, comimos y bebimos lo que había pero nadie repeló, porque la pura presencia de mi Lalo era motivo para celebrar.
Nuestra vida era de los más simple y común, vivíamos igual que nuestros vecinos, igual que nuestro pueblo y ahora que me doy cuenta, vivíamos igual que mucha gente en este país.
Nos levantábamos temprano a trabajar el pedacito de tierra que tenemos donde sembramos maíz y que apenas si nos da para irla pasando, los chamacos nos ayudaban, aunque yo siempre quise que siguieran estudiando, que no dejaran la escuela, porque como toda mamá, quería para ellos lo mejor.
Cuando la comida y el dinero escaseaban, Eduardo, el más grande, me miraba con ternura y me pedía que no me preocupara, prometía que él nos iba a sacar adelante.
Agradecí cuando terminó la primaria, la secundaria y luego la prepa sin que hubiera caído en la tentación de irse a buscar dinero fácil, como lo hacían los otros chamacos que de la noche a la mañana desaparecían y que cuando volvíamos a verlos por ahí ya traían su camioneta y su pistola, todos sabíamos en lo que andaban pero nos callábamos por temor, en sus ojos nos dábamos cuenta que ya no eran los escuincles que vimos crecer.
Un día, cuando ya Lalo terminaba la prepa, me dijo que se iba a ir y yo tuve miedo, mi hijo había crecido casi sin que yo me diera cuenta, hablaba de salir adelante, de buscar una vida mejor para todos y entonces lo soltó: quería ser maestro.
Me sentí orgullosa porque ví que lo había educado bien y que no era un niño malo, me dolió pensar que muy pronto nos separaríamos y así fue, lo aceptaron en la escuela y se marchó.
Por eso estaba tan contenta ese 15 de septiembre. Al otro día se fue nuevamente para su escuela y no lo volví a ver, supe de él días después, cuando nos enteramos que hubo problemas, que salieron de la normal, que tomaron camiones, que los agarró la policía y después la confusión en la que sigo hasta ahora.
Ha pasado un año y no soy la misma, mi casa no es la misma, es como si desde entonces usara unos lentes de aumento, todo lo veo enorme: la pobreza de mi casa, el abandono de la milpa, la tristeza de mis hijos, la miseria de mi colonia, la soledad, el mundo que se me vino encima.
Eduardo, mi Lalo, no aparece desde entonces. He ido, venido, hablado, llorado, suplicado, gritado, puteado y nada, creí que nadie sufría como yo hasta que en la búsqueda encontré otra madre que estaba igual, y otra, y otra, y otra, y otra, así, hasta darme cuenta en una suma de terror que somos 43 madres que buscamos respuesta, que son 43 familias que como la mía, no tienen sosiego.
Despierto en la madrugada y pienso en él.
Me pregunto dónde estará, si come, si duerme, si está acompañado de Benjamín, o de Julio o de alguno de los otros muchachos, quisiera que sepa que yo sí me acompaño de las mamás de ellos, que juntas hemos aprendido muchas cosas, que hemos aprendido a hablar delante de la gente, que ya hasta lo hacemos con micrófono y no tenemos miedo.
Que yo, que lo más que conocía era Acapulco, ahora he ido a otros lugares, a la mera capital, a Chiapas, bueno, a lugares que nunca me imaginé que existieran y que he ido por una sola razón: encontrarlo, pedirle a la gente que me ayude a buscarte.
Hemos llevado las fotos de todos, de los 43, las hemos repartido por todas partes, no exagero si te digo que por todo el mundo y que para cada una de las madres, los 43 son nuestros hijos
Hay algo horrible que me duele mucho, dicen que tú y los demás están muertos pero no lo voy a aceptar hasta no verlo con mis propios ojos.
Mi vida cambió.
Hubiera querido morir desde el primer día pero me mantiene la esperanza de encontrar vivo a mi hijo, por eso no duermo, no descanso y no lo haré hasta conocer la verdad.
Hace 19 años yo parí a mi hijo y ahora su ausencia me parió a mi; del dolor volví a nacer, aprendí a caminar, a hablar, a entender de las injusticias, porque su desaparición es una de ellas.
Ya mero es el Día de Muertos y tan solo de pensarlo se me salen las lágrimas porque no sé qué hacer, me aferro a pensar que está vivo pero y si no? El año pasado no quise saber nada de ofrendas ni de nada, tenía mucha rabia contra quienes nos hicieron esto que no tiene nombre, esto que no le deseo a nadie.
Hay gente que no tiene corazón, decirnos que los quemaron nos enciende también a nosotras en una llama de dolor inagotable, como ánimas en el purgatorio, pero todavía decirnos que los quemaron en un basurero, como si no valieran nada, eso no tiene perdón.
Tengo una certeza mi Lalo: quienes te llevaron, te llevaron vivo y así te quiero de regreso.
Miro al cielo, busco respuestas y pienso: éramos felices…