Entonces, escribo
Por Damaris Disner
Mi gata insiste en acompañarme ahora que escribo el texto final de la primer temporada de la videocolumna “Entonces, escribo”. Se ha paseado sobre el teclado con infinita calma. He tenido que moverla a un lado para que pueda escribir. Mientras su cola asciende y desciende como si espantara moscas inexistentes, me da la espalda para recordarme que también puede ser indiferente.
A menudo me pregunto ¿para qué escribo? Con qué finalidad insisto en reconocer lo extraordinario en mi cotidianidad. A veces me estreso cuando lo hago. Casi siempre tengo el tiempo encima de entrega del texto y me provoca escozor. Me descubro rasguñones que no son producto de ninguna noche de pasión sino de una manía que deja mi piel lastimada. Algo así es la escritura para mí. Es reconocer las heridas que me provoco cuando estoy distraída en no reconocer a lo que realmente vine a este plano material.
Hoy culminó el taller “Narrando Experiencias” con Paola Tena, agradezco las lecturas que nos compartió y su pasión por el análisis literario. La última fue la novela Estupor y temblores de Amélie Nothomb. Confieso que no la conocía y que leí ayer por la noche. Le debo más lecturas a “esta novela de inspiración autobiográfica, que ha obtenido un enorme éxito en Francia, cuenta la historia de una joven belga que empieza a trabajar en Tokio en una compañía japonesa”.
La novela atrapa desde el principio, los rascacielos de Japón también son una metáfora de la interminable jerarquía que se alza sobre la protagonista. Todos los escenarios son en la empresa Yumimoto, donde el 96 por ciento de sus empleados son hombres.
No recuerdo haber reído tanto al leer una novela. Los diálogos llegan a ser hilarantes y vertiginosos. Nothomb no escatima en la máxima de “aprender a reírse de sí misma” y aceptar las derrotas como un escalón que nos acerca a las certezas.
Ignoro si algún día conoceré Japón o qué extraña fascinación me conecta con la cultura nipona. El Reiki, disciplina que practico, es originario de ahí y también los haikús, que son mi fascinación. Dudo que sean por mis características físicas o mi ordenado comportamiento. Dicen que los opuestos se atraen. Tal vez sea por ese afán de la contemplación, a pesar de mi caos interno he logrado equilibrar mis estados emocionales y avanzar.
Sin duda, leeré otra vez la novela. Hoy solo deseo que la conozcan, si no es que ya lo hicieron. Después de todo, en más de una ocasión nos sentimos extranjeros de nuestro propio país. Observadores de conductas que parecen lejanas a nosotros pero que acentúan nuestro deseo de escape.
Me gustaría afirmar que no siento nostalgia por la pausa de un mes que tendremos, y aunque fui yo quien decidió, como dice la canción de Mecano. Pero esa decisión es necesaria porque me lleva a la contemplación de mi propio quehacer literario. La pandemia me ha permitido comenzar proyectos que surgieron hace años como intenciones de compartir con otras, otros, caminos de evolución espiritual. Necesito reencontrarme con lecturas, sensaciones, oportunidades. Y en lo posible viajar un poco.
Entre Japón y México hay una palabra bella que anida en mí: contemplación. Tal vez sea frente al mar o en la montaña. En una hoja o en un ordenador. O llenándome de más actividades. La certeza que tengo es la necesidad de hacerlo para regresar con el corazón entusiasmado por reencontrarnos.
Damaris Disner es escritora y periodista cultural. Imparte los talleres de escritura-terapia ˝Entonces, escribo˝ y ˝Desde el tejado de la infancia˝. Dirige, desde hace siete años, el espacio multidisciplinario independiente ˝Galería Rodolfo Disner˝. Contacto: [email protected].