Entonces, escribo
Por Damaris Disner
Un día quise llamarme Mara. Parecía una buena elección para exorcizar mi timidez, pero no lo hice. Al pasar los años, durante un taller de escritura creativa hicimos un ejercicio para descubrir cuántas palabras escondían nuestros nombres, al combinar las letras que lo conformaban. En esa lista figuraba: Risa, amar, sí, mar, rama, dar. Ahí descubrí destellos de lo que cada palabra guarda.
Mi madre quise nombrarme Teresa de Jesús, mi papá se opuso. Él que por años le rezó al sol como Creador de todas las cosas, el nombre sugerido le pareció demasiado religioso. Para posponerlo alegó que yo debería elegirlo. Cuando cumplí cuatro años me bautizaron, siguiendo los sacramentos de la iglesia católica, con el nombre de Damaris, con el cual nunca habían dejado de llamarme.
En Las Moradas (Biblioteca del Universitario 2012), de Santa Teresa de Jesús, fallecida un 4 de octubre de 1582, yo nací un tres de octubre por lo que a mi madre le parecía una excelente opción para llevar su nombre, se revela el camino del alma al encuentro de Dios.
Según Marco Antúnez Piña, prologuista de la edición hecha por la Universidad Veracruzana, ¨el alma recorre siete aposentos en sus muros vastos de sonidos, camino a la perfección. Las tres primeras moradas corresponden a la vía purgativa. Ahí el alma se desliga de lo terreno y vence la severidad del trabajo que se presenta. Las tres siguientes pertenecen a la vía iluminativa, donde inicia la verdadera vida espiritual¨ a partir de la sexta morada el sufrimiento se torna placentero. Y en la séptima es la comunión Divina.
En Las Moradas, Santa Teresa de Jesús nos aporta el concepto de transverberación, que es la sensación más pura del éxtasis. Que también se le considera ¨el glorioso desatino¨, ¨la celestial locura¨ o ¨la verdadera sabiduría¨. Yo que pasé 12 años de mi vida en un colegio católico donde muchas veces me cuestionaba por qué muchas religiosas parecían estar siempre enojadas o con rostro de sufrimiento, reencontrarme con su lectura me permitió ampliar la mirada… sin juzgar.
En tiempo de pandemia es interesante volver a textos que tejen una red de propósito y objetivos que aporten certezas en nuestras ¨moradas interiores¨. Sin salir de casa nos volvemos caracoles y con las lluvias se nos confirma que aún hay mucho trabajo que hacer dentro antes de salir a la ¨nueva normalidad¨.
¿Qué es la lectura en estos tiempos de lluvia? ¿Qué nos aporta saber el por qué nos llamamos de tal manera? o ¿Qué relevancia tienen los nombres que se esconden detrás del nuestro? Todo y nada. Todo porque somos el resultado de lo que ha transcurrido, aún de lo que no ha transcurrido, y nada, porque nos dirigimos a poseer una conciencia extendida y avasallante que de pronto nos paraliza si creemos que habitamos afuera.
Sergio Pitol en la presentación de la Biblioteca del Universitario, de la edición referida en líneas anteriores, dice ¨Uno sabe quién es solamente por la palabra. Y nuestra actitud ante el mundo se manifiesta también por la palabra. La palabra, tanto la oral como la escrita, es el conducto que nos comunica con los demás. Le permite salir a uno de sí mismo y participar en el convivio social¨.
Leer y escribir es la simbiosis que nos produce conocimiento sobre nosotras mismas. Es desprendernos, por horas, del llamado en la puerta exterior para recorrer nuestras moradas interiores. Y escuchar nuestro verdadero nombre. Ese que en nuestras pesadillas infantiles nos salvó, aquel que en la adolescencia fue la antorcha que alumbró las noches vacías de estrellas o el que algunas personas conocen, bastan sus miradas para encender el regreso al centro de lo que somos.
En el 2005 escribí una obra para la niñez, protagonizada por Pitukali quien buscaba el significado de su nombre, tuvo como cómplice de aventuras al Duende de los nombres, a su amigo Juan y un artificio dramatúrgico de títeres. Se publicó en la antología ¨Siete autores, nueve dramaturgos¨, que editó el Coneculta-Chiapas en el 2006 y representó a Chiapas en el Primer Encuentro de Grupos Infantiles, San Luis Potosí, ese mismo año, bajo la dirección de Carlos Ariosto.
Mi nombre desde mi primera infancia señaló muchos caminos. Un día imaginé que tendría fama mundial porque no era común escucharlo, pero también tenía que repetirlo porque casi nunca lo entendían bien. Al pasar de las lecturas y escritos entiendo su sonoridad. Aprendo a quererlo porque lleva el mar adentro y la risa en el parloteo de las cotorras que irrumpen los cielos costeños, y sí, también aquí en el centro de Tuxtla Gutiérrez, pintan de verde sonoro la bóveda infinita.
Quiero seguir en mi trabajo personal de las heridas de la infancia para reconocerlas y sanarlas a través de la auto observación que me llevará al auto conocimiento, convirtiéndose en una posibilidad de compartir ese proceso para intentar ser aliada de la niñez, acercarlos al teatro, a la literatura, para reconocerse desde el otro, la otra. Trazar una ruta que dé seguridad a los padres, tutores, maestros en su aproximación a las infancias.
Cuando nos sentamos frente a una libreta o computadora para intentar explicarnos el mundo hablamos desde nuestra niña interior, a veces disfrazada de adulta con sapiencia o mujer preocupada por no repetir errores del pasado. Es válido mientras escuchemos claro nuestro nombre, un sonido parecido a la lluvia o al mar: inefable.