CAMBIOS EN SOLEDAD
II Y ÚLTIMA PARTE
Por: Gabriela Montoya
Ya estaba preparada para lo peor, podía sentir al gato encima de ella aplastándola como si pesara más de mil kilos, fue entonces cuando por fin reconoció lo que sentía, esa sensación que no había podido reconocer antes, era miedo, un miedo diferente al que de pequeña había sentido, era un miedo que la devoraba internamente.
De pronto el gato tomo la iniciativa y ¡zas! Se aventó con dirección a ella, de manera casi más por instinto que por defensa ella logró hacerse a un lado y el gato pasó de largo llevándose un tremendo golpe contra el pavimento, quedando paralizado en el suelo, ahora, ella había dejado de sentir miedo o más bien ese miedo se había convertido en algo más ¿un logro, satisfacción o tranquilidad? No podía distinguir aun pues tampoco quería confiarse, sabía que ella recorrería esa calle más sola que acompañada, todos los días en adelante y había una gran posibilidad de volver a encontrarse frente a frente con el gato aunque ahora tal vez con un poco de ventaja pues ya sabía cómo actuaba, sabía cómo ese gato asechaba para después atacar y acabar con sus víctimas.
Siguió caminando,- ¡uff! Vaya que esta calle es larga- pensaba ella, -¡el traje! ¿El traje de buzo?- ya no lo sentía tan pesado, era como si hubiese podido quitarse el casco y había aligerado una gran carga atrás. Aunque ahora ya no sentía miedo, tenía dudas, ¿había hecho bien en dejar tirado al gato? ¿Debió de haber pedido que alguien la acompañara? -¡no! ¡Ya pasó! Ahora sólo tendré más cuidado, se respondía ella misma tratando de convencerse de que había hecho bien, que había tomado la decisión correcta. De pronto se detuvo y con el mismo instinto con el que se defendió del gato se volvió hacia el gato, quiso regresar para ver que había sido de él (ya saben, “por eso de las pinches dudas”) Su sorpresa fue al ver que el gato ya no estaba en el suelo, estaba en el mismo lugar antes de que se lanzara hacia ella. – ¿Querrá vengarse? ¿Sabía que regresaría y se preparó?, después de permanecer mirándose fijamente nuevamente el uno al otro, con un gesto de cortesía el gato agacho la cabeza y comenzó a caminar siguiendo la misma dirección que llevaba ella.
Esa tarde fue la primera vez que caminaron juntos ella y el gato negro, ninguno de los dos volteaba a ver al otro, cada uno caminaba con la mirada puesta en el final de la calle. – Supongo que es mejor que vaya a mi lado, se dijo y cuando ya estaba por finalizar la calle ella logró quitarse por completo ese traje de buzo que cargaba encima, ya no sentía ese pesor que no la dejaba avanzar, tampoco se sentía sola y ¿el miedo? Con el miedo había aprendido a caminar juntos.