Ante crímenes atroces,
¡no podrán callar las voces!
de la gente al reclamar.
¡No queremos más violencia!
de los hombres sin conciencia,
«Ni una menos» proclamar.
No podrán callar las voces de Arjona Delia.
Fotografía: E-Consulta Internet
Hoy desperté y como siempre mi alarma no sonó, empecé con el ritual antes de ir a trabajar; mi buen café sin azúcar y un plato de fruta. Salí como participante de maratón tras el autobús que me llevaría al trabajo para no perder mi tan esperado bono de puntualidad, ese que llevo tres meses tratando de conseguir.
Los pendientes en la oficina cada vez son más y el final de mes se acerca, este último tuve que cambiar la ruta de regreso a casa, cada vez la ciudad es más insegura, las noticias matutinas siempre hablan de cuántos muertos, que yo les diría asesinatos; pero para los medios son sólo eventos con saldo blanco. Hace 25 días en el que pude ser parte de las cifras de asaltos, es por ello que compré este fin de semana un gas, de esos que venden en las tiendas de artículos y uniformes, algo clandestino el lugar, por cierto tengo que reconocer.
Las horas pasaron en la oficina y de nuevo tarde para ir a casa. Hace 3 años que vivo sola en un apartamento en el cuarto piso; mis vecinos: todos casados con hijos, unos que otros jubilados. Mis padres viven a las afueras de la ciudad. No sé si por desgracia o fortuna no tengo hermanos y mi mejor amiga hace meses se mudó a otra ciudad por cuestiones de trabajo. Mi única compañía es «Caramelo» un gato que encontré una noche de lluvia cuando iba rumbo a casa.
Cayó la noche y desde la ventana de la oficina pareciera que el cielo llora, no lograba verse con exactitud qué pasaba afuera en la ciudad, tomé mi bolso y decidí buscar el autobús más próximo a casa. Las calles estaban solitarias y oscuras, cuando los días están así de lluviosos la gente prefiere no salir al menos que sea una emergencia, parece que en las últimas semanas la lluvia ha sido mi única compañera de camino a casa. Estaba segura que las próximas calles eran las menos inundadas.
De repente, pasando la esquina de la zapatería sentí que alguien me seguía, traté de apresurar el paso una y otra vez, hasta que el miedo me inundó, sentí cómo mi cuerpo empezó a paralizarse del miedo, mis manos se me dormían, en ese momento mi corazón estallaba como cuete de feria al escuchar cada pisada del que me seguía; sabía que era un hombre porque la pisada era fuerte y tosca, traté de esconderme en algún lugar pero era inútil, todo estaba cerrado tras la fuerte lluvia que pretendía ser cómplice esta noche.
Estoy segura de que había metido mi gas en alguna bolsa de mí suéter, pero ante mi nerviosismo recuerdo tal cual como cayó al suelo y se perdió entre los charcos de agua. Sentí su mano grande y rasposa sobre mi hombro, sentí su mano sobre mi cabello, lo jalaba tan fuerte que pensé que me arrancaría el cabello.
Y por fin lo tuve frente a mí, nunca había sentido tanto pánico como esa noche, por mi mente pasaron tantos momentos de mi vida, y los planes que tenía por hacer. Un solo golpe bastó para caer al piso; un piso frío y mojado, esa noche la lluvia fue testigo del crimen más aterrador que pude imaginar en mi vida, esa noche la lluvia fue cómplice para limpiar mi sangre. Me defendí con aruños tan fuertes, pero mi cuerpo se iba debilitando, podía sentir su mano áspera pasarla sobre mi cuerpo una y otra vez, grité pero era inútil, pues los estruendos de los rayos hacían ecos en los edificios.
Pude sentir un calor intenso en mis entrañas, en cómo se desgarraban, mi sangre se deslizaba tan pronto las gotas de lluvia tocaban mi cuerpo. Recuerdo bien su voz ronca diciendo que no gritara, que nadie me escuchaba. Todos los sentidos se agudizaban ante mis intentos de sobrevivir.
Estaba llena de coraje, no podía concebir cómo pasaban estas cosas, no entendía por qué alguien podría hacerte tanto daño; un día despiertas y claro que no piensas en que te matarán de la manera más cruel y sucia. Mi cuerpo perdió fuerza, mis manos dejaron de forcejar con ese hombre que lastimaba mi ser; pude dejar de sentir la lluvia sobre mi cara, escuchar cómo mis latidos se iban acortando, me daba tanto miedo saber que moriría sola en un callejón, que quizás tardarían días en encontrarme.
Y así fue como la vida se me fue acortando, apagando conforme caía la noche, mi agresor se alejó triunfante de haberme violado y matado, podría recordar su respiración agitada llena de odio y adrenalina, escuché sus últimos pasos y todo quedó quieto e inerte, entones supe que todo había acabado, que mi vida se apagó en un instante; un último suspiro terminó con mi agonía.
Fotografía: Karina Álvarez.
A ti que vas por la calle sin temor de lo que has hecho, hoy te digo que no podrás apagar mi memoria.
Asesinan nuestros cuerpos, pero jamás el recuerdo en la memoria de quienes nos conocieron y más aún de quienes nos han amado.
Desangran nuestras almas con manos de acero y nos pretenden enterrar, pero recuerden que somos semillas.
Mi ser Mujer aún muerta levantará la voz de esta y todas las generaciones que han por venir, los ríos de sangre que has dejado correr de noche pintarán la ciudad de protesta, tan pronto aparezcan los rayos de sol.
A ti que oprimes mi ser contra un sistema que me consume de día y de noche.
A ti que ante tu carencia te llenas de poder para callar mi voz.
A ti hoy te digo que violentas mi vida con tu omisión, que interrumpes mi tranquilidad con tu oscuridad nocturna y tu silencio de día.
Hoy no estoy, hoy aquellos que me amaron ya no podrán tocar mis manos, hoy podré abrir la puerta sentarme con los míos.
Hoy ya no temeré regresar a casa sola o subir al transporte por la noche de regreso a casa. Hoy ya no podré vestir mi suéter favorito.
Hoy me has matado.