“Le quise como se quiere a alguien que se entrega sin pedir nada. Le miré llorar muchas veces, aunque en mi recuerdo siempre esté sonriendo”. Héctor Cortés Mandujano.
Llenó de colores, sirenas, caralunas las calles de la ciudad. Afuera de su casa había un sol, frente a La esquinita del pintor un mural, en la fachada de Los Amorosos una sirena mal trazada y sin terminar (tiene su anécdota), en la Dirección de Divulgación de la Secretaría de Educación otro mural… También dejó sus colores en las personas que lo conocimos.
Luis Villatoro Salazar nació en 1975, murió el 12 de febrero de 2007, en Veracruz, mientras pintaba un mural. Era egresado de la Escuela de Arte y Diseño GESTAL. Su obra fue seleccionada para la Bienal de Pintura y Escultura del Sureste, celebrada en Chiapas como parte del festival X de artes Plásticas y la Bienal Joven de Aguascalientes; y en la exposición Mirar al Sur.
Algunas de sus pinturas ilustraron las portadas de la RevistaSE, libros del escritor Héctor Cortés Mandujano como Vanterros y Garranganzanga… Le gustaba pintar lunas, elefantes con la trompita hacia abajo, hasta el día que una de sus amigas le pidió que le dibujara un elefante con la trompa hacia arriba (era de mala suerte la trompa para abajo). Dibujaba barcos, barcos pequeños navegando o barcos gigantes estáticos, pero barcos blancos. Le hice una lectura de uno de sus cuadros, me observó en silencio mientras hablaba.
-Don Luisito. ¿El barco representa el temple de las personas ante los problemas, el destino o las decisiones? A veces las personas se dejan llevar, guían su camino o se hunden- le dije señalando la ubicación de varios barquitos en el cuadro- mientras él reafirmaba con la cabeza, seguí con una larga interpretación de su obra.
-Son vaginas. Los barquitos son vaginas, ¿ves la abertura en medio del barco?- me dijo cuando terminé de hablar.
La obra de Luisito despierta lecturas en cada persona que ve su obra. “En mi apreciación te puedo comentar que no es lo que él vivía. Si no la forma en que él nos veía. A mí, por ejemplo, me da la forma de una cabeza y de ella emano un tipo de fuente. Me caracterizó por mi nobleza y mi carácter explosivo”, Karina Maldonado Labras a quien le obsequió una pintura.
Me dio a escoger una pintura hace tiempo. No intenté leerla, me gustó y ya, era bellísima, era además un regalo del gran artista Luis que expondría en el corazón de mi casa, la sala, para verla a diario, para no olvidarlo.
Es el retrato enmarcado de un selenita caraluna en cuarto menguante, sosteniendo con la mano izquierda el corazón frente al pecho. Su aura de colores pastel es el fondo del retrato que se extiende por afuera del lugar, donde hay un cigarro apagado, la oscuridad azulada. Es de noche. Y un colibrí sobrevuela cerca del retrato.
Acabo de ver un video donde Martín García Zen Yaotl explica que “Huitzilopochtli, literalmente significa colibrí sureño. Los colibríes son más corazón que cuerpo, invernan cuarenta días, mueren y tornan a la vida. Voluntad y resurrección como un regalo divino a los seres humanos, para que a través de esa fuerza interior vayan a Dios.”
Luisito era osado y valiente frente a la tela, pared, o cualquier objeto en donde pintar; era humilde. Los guerreros debían tener estas características ser osados, valientes, humildes, antes de encontrarse con Dios y para ello ganar el combate con uno mismo.
Elegí el cuadro, sin saberlo, sin pensarlo porque es el retrato de Luisito, con sus colores pastel, con el corazón desbordado y generoso con que compartía su pasión, sus anécdotas, su humildad; el cigarro representa los vicios terrenales, el azul la oscuridad y el colibrí es la eternidad en nuestra memoria y en su obra.