“…que cuando el corazón se salga del pecho
pueda encontrar el camino de regreso”.
Mario Benedetti
Con la llegada de los calores, es inevitable que Aurora vuelva sobre lo sucedido hace 10 años.
Eran los primeros días de abril, había esperado que empezara a caer la tarde para arreglar el jardín y en eso estaba cuando vio pasar a la mamá y al papá de El Chepe, como cariñosamente le decían a su hijo, una criatura que no aparentaba más de doce años, al que llevaban a todas partes y a todas horas, por eso le pareció extraño verlos solos, de lejos se hicieron un saludo y cada quien a lo suyo.
Un rato más tarde, todavía con luz natural, se dio cuenta cómo empezaron a caer cenizas del cielo, chispitas que parecían venir de cerca, el olor a quemado y el humo se sentían muy cerca.
Aurora salió y vio que la gente corría, se escuchaban gritos. Había un incendio muy cerca.
Con todo y el miedo que se le estaba echando encima, Aurora cerró los tanques de gas, jaló a sus hijos, a los perros y se salieron de la casa, toda la gente hacía lo mismo.
Ya en la calle podían ver las llamas, altas, rojas, soltaban chispas y cenizas, era un infierno.
Con lágrimas, desde lejos, Aurora y la gente que se había puesto a salvo se daba cuenta de donde venía la lumbre: de la casa de El Chepe.
Decir casa es decir mucho y es más en honor al espacio que albergaba a una familia, porque en realidad se trataba de una choza de lámina de cartón donde vivían El Chepe, su mamá, su papá y su hermano, menor que él.
Era un terreno baldío que un buen corazón les prestaba para que tuvieran dónde estar y ahí ellos habían levantado esa casucha, además juntaban cartón, periódico, ropa que la gente les regalaba. Todo ardió esa tarde calurosa.
Sembrada en la calle por el espanto, la gente que se había arremolinado vio venir a lo lejos a la madre y al padre de El Chepe, traían en las manos un bote de leche y un paquete de pañales para su hijo. Alarmados percibieron el fuego por el rumbo de su casa, la gente los miraba llorando, los quería abrazar mientras ellos aventaban las cosas, corrían y gritaban.
Nadie lo detuvo, se acercaron a la que fue su casa y querían entrar, aún había fuego. Gritaban por sus hijos, los dos se habían quedado esperándolos en la casa, una veladora encendida…
De entre la muchedumbre salió su hijo menor: la ropa tiznada, la cara descompuesta por el llanto y la culpa. No pudo sacar a El Chepe, no lo aguantó.
El Chepe en realidad tenía 21 años y una enfermedad que lo hacía parecer un niño; no caminaba, no hablaba, sólo se daba a entender a gritos. Su madre, una pequeña mujer, lo cargaba para todos lados y recién había conseguido una silla de ruedas para trasladarlo.
Esa noche la gente no durmió, los gritos de El Chepe se quedaron suspendidos en el aire. La familia no tenía ya nada.
Fueron las vecinas quienes se organizaron para resolver todo y de repente ya estaba la caja, el panteón y hasta una casa para velar al niño.
A las cinco de la mañana Aurora se asomó a la calle, quería que todo hubiera sido una pesadilla, pero no. Con extrañeza vio venir a la mamá de El Chepe caminando sola a la mitad de la calle, como perdida, toda llena de tizne y con un cinturón en las manos.
Aurora fue a su encuentro, la abrazó, lloró con ella y se la llevó a su casa; le limpió la cara, le dio café y le entregó ropa limpia para que se cambiara.
Ahí terminó la historia de El Chepe, una historia de amor: del que le dio la existencia; del que le quiso salvar la vida y no pudo, de la gente que se reconoció frágil en la tragedia y abrazó con solidaridad a esa familia como si fuera propia.
Pero es también la historia de amor a la vida de una mujer, de Aurora, que sin saberlo, ese día salvó a la mamá de El Chepe. Ella andaba en la calle a las cinco de la mañana con un cinturón en las manos, porque había decidido terminar con el dolor que no aguantaba…
Foto: Retomada de Internet