A Damaris, fuente de sabiduría
En esta temporada en los mercados se encuentran cactus pequeños a la venta. Se me ocurrió poner algunos en el nacimiento y compramos dos, los llevé con cuidado en el colectivo, al bajar, Ian pidió llevar uno en la mano.
-¡Tapa el cactus del sol!,- pedía Ian y lo puso bajo la sombra mientras a él le daba el sol.
-No, el cactus necesita sol para sobrevivir- le expliqué.
En el intento de mantener bajo la sombrilla al cactus, Ian se tropezó, el cactus cayó y se partió en dos. Aunque estaba de rodillas sobre las piedras y la arena, Ian estaba preocupado por el cactus. Encontramos la mitad del cuerpo sin raíz por un lado, y a un metro el otro pedazo.
-¡Maté al cactus!- lloraba Ian, tenía 3 años.
Para que no llorara más, le dije que sembraríamos la parte que no tenía raíz, y la planta crecería, así tendría dos. Mi plan era ir al mercado comprar otro cactus igual, sembrarlo sin que se diera cuenta y tirar el pedacito sin raíz; como soy distraída olvidé mi elaborado plan y dejé el cactus allá afuera, sin agua, sin cuidados. Siete años después, nuestro cactus mide más de un metro, se ha extendido y a su alrededor han crecido más hijos.
De manera empírica aprendí que es un método para multiplicar cactus. Buscando información que se llaman esquejes, son trozos de tallos sin raíces. Curiosamente no es recomendable sembrarlos en otoño o invierno porque hay pocas probabilidades de que le salgan raíces. Si los tejidos se desgarran es más difícil, se debe utilizar cuchillos desinfectados y cubrir con ceniza la parte que quedó sin piel pues pueden crecer hongos y matar a la planta donadora.
Ahora sé que el cactus si se rompe pega, en ese momento no. Fue asombroso ver con el paso del tiempo que la planta no murió. Ian nunca supo que inventé la historia para consolarlo. La planta en la entrada de mi casa me recuerda la importancia de la fe y el optimismo cada día.