En la película 1922, dirigida por Zak Hilditch, basada en la novela del mismo nombre, escrita por Stephen King, una mujer es asesinada por el esposo, con la complicidad de su hijo. La arrojan a un pozo para que se la coman las ratas y así quedarse con su propiedad. Al final, los feminicidas fueron castigados por el fantasma, por la víctima.
La película me produce una serie de emociones: asco, rabia, pero también tristeza de pensar en el porcentaje de feminicidios perpetrados por un familiar, por un ser a quien se estima o en algún momento se estimó, por un desconocido o desconocidos. Siempre indigna.
Arrojar a una mujer en un pozo 20 metros es siniestro y ocurrió en Tuxtla Gutiérrez, mi ciudad, a una joven de 24 años, se llamaba Gloria.
A veces pienso que la tierra es el descenso en que dejaron sus cuerpos las mujeres a quienes asesinaron, las imagino niñas ángeles a las que les arrancaron las alas y que en otro plano las recuperarán y habrán olvidado el sufrimiento, nadie las violará cuando tengan cuatro, ocho, veinticuatro años… nunca, y si deciden volver y vivir encontrarán una sociedad equitativa que les permitirá desarrollar sus capacidades, lograr sus metas.
Sin la fantasía, sin la fe, lloraría a diario. Sin ver la lucha de Valeria, Lorena, Karla, Nadia, Alina, Lily, Paty, Sandra… y de las mujeres que comprenden que la violencia es estructural y viene de arriba, puede ser frenada, sin esas chicas incansables a quienes les debemos marchar hasta que se decretara la Alerta de Género, se modificaran leyes, y los micromachismos en su entorno, sin esa lucha por visibilizar la violencia simbólica que a veces sale hasta de nuestras bocas, diría que todo está perdido. Porque la justicia no vendrá de manos de fantasmas, ni de sus ecos.
La semana fue oscura porque me recordó que del cielo caen niñas cada día y se estampan en el pavimento quebrantado de una sociedad mal cimentada. Parecería que ser mujer es morir a pedazos con cada una de nuestras hermanas, caminar por los infiernos con los pies fracturados, correr quebrada con la promesa de que se puede construir un mundo donde las mujeres seamos vistas como personas, que nuestro cuerpo es nuestro, no del Estado, que valemos no por ser hija, esposa, madre, somos personas.
Esta semana descendimos de manera colectiva y pienso que podemos renacer como sociedad. Reconstruir el tejido como sociedad incluyente es posible y la marcha realizada el miércoles 17 de enero del 2018 por la ciudadanía, muestra el interés de la gente de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas,e por cambiar esta realidad heteropatriarcal que nos está matando.