Nacer con pene en esta sociedad otorga privilegios; distinción; comodidad; visibilidad; herencia de linaje, de tierra y territorios; entre otra sumatoria de elementos que se traducen en ejercicios y abusos de poder para dominar, controlar, intimidar, subordinar de manera sistemática cualquier espacio de relaciones y, indistintamente del origen étnico, racial, credo, posición económica, preferencia o identidad sexual, condición psicomotriz, discapacidad física, afiliación política o partidista, profesión o nivel educativo, lengua o nacionalidad, se heredan ventajas de manera vertical.
Por ejemplo, existen culturas donde se reproducen desigualdades de género en cuestiones elementales como, acceder a cualquier nivel educativo (desde el nivel básico hasta posgrados) se privilegia a los niños-hombres continuar los estudios; obtener un trabajo sin tantas credenciales o se ponga de manifiesto la duda de “si haremos bien el trabajo” (reproduciéndose el famoso techo de cristal); heredar la tierra (se sigue privilegiando la herencia a los hombres, así seas el mayor o el menor en la familia, las mujeres acceden a este derecho si el hombre migró, murió o abandonó el lugar); salir a cualquier hora del día o la noche, vestirnos como queramos sin estar pensando si nos acosarán, violarán o asesinarán (si esto sucede, siempre será por otro hombre). Éstas, entre otras ventajas de género pensamos que son innatas, pues desde que nacemos está tan bien acomodado el mundo bajo normas masculinas, que difícilmente se cuestionarán estos privilegios y violencia generada a través del poder; al contrario se busca mantenerlo y perpetuarlo bajo normas o códigos culturales acuerpados por instituciones como la familia, la escuela, las religiones y los medios de comunicación que justifican y respaldan nuestros actuares sexistas y misóginos en ámbitos como: las relaciones de pareja, amistades, laborales, acciones públicas o políticas, en cualquier espacio donde opinemos o tengamos algún puesto clave de toma de decisiones o simplemente cumplamos alguna función.
El sistema patriarcal bajo el cual vivimos y nos relacionamos hace que las ventajas y comodidades masculinas sean funcionales y para que funcione se establecen mecanismos fundamentales del patriarcado, el uso de la violencia. Bajo conductas violentas el patriarcado cobra sentido y se fortalece, se crean estructuras jerárquicas y, como menciona Marcela Lagarde, los hombres asumimos el prototipo de lo que tiene que ser un ser humano y las condiciones en que las mujeres son aspirantes a llegar a ser como ese prototipo. El triunfo de la masculinidad consiste en que las mujeres hagan cosas condicionadas psicológica y simbólicamente por su pareja –hombre- a grados de perder autonomía, libertad y toma de decisiones sobre salidas con amistades o familiares, uso o compra de ropa, accesorios, bienes, entre otras cosas que le hagan sentir bien, decidir sobre lo que quieren para su vida.
Hay quienes dicen que estas son exageraciones o discursos extremistas; que la realidad está cambiando y que ahora las mujeres tienen las mismas condiciones de equidad e igualdad que los hombres, que vivimos en una sociedad igualitaria. Las estadísticas dictan lo contrario: alto número de feminicidios, desapariciones, trata de personas, abuso sexual, hostigamiento sexual y laboral, acoso callejero, pederastia, mujeres infectadas por vih o vph por sus esposos, altos índices de violencia social que es un reflejo de la violencia estructural que vivimos a nivel mundial donde los principales actores de reproducir la violencia somos los hombres.
Las mujeres, a partir de sus diferentes trincheras, movimientos de lucha, a través del feminismo han generado estrategias de cambio, de despertar conciencia a otras mujeres y hombres, de decir basta; pero los hombres no lo hemos aceptado, siendo el asesinato y las desapariciones de la pareja, ex pareja, lideresa, de la que denuncia y de las mujeres.Las mujeres, a partir de sus diferentes trincheras, movimientos de lucha, a través del feminismo han generado estrategias de cambio, de despertar conciencia a otras mujeres y hombres, de decir basta; pero los hombres no lo hemos aceptado, siendo el asesinato y las desapariciones de la pareja, ex pareja, la lideresa, de la que denuncia y de las mujeres, nuestra respuesta frente a situaciones justas, democráticas e igualitarias.
Es pues muy cómodo ser hombre, nacer con pene conlleva ventajas sociales, atributos del patriarcado que son privilegios reflejados en uso y abuso de poder.
La pregunta es ¿estamos los hombres dispuestos a renunciar a nuestros privilegios? O los discursos seguirán siendo las lógicas de nuestra dominación.
*Alfredo Rasgado es integrante del Colectivo La puerta Negra.