Las peripecias burocráticas me persiguen. Cualquier trámite por sencillo que parezca se extiende de un día a meses. Como en diciembre, llegué a la oficina de INADAUTOR para tramitar un ISBN y me dijeron que a partir de ese día no recibían documentos hasta el año siguiente.
El año siguiente que es éste, llevé mi documentación incluido el pago, el trámite aumentó seis pesos, lo que implicaba ir al banco, hacer la cola de treinta gentes y pagar los seis pesos faltantes. Luego regresar a la oficina (en el tercer piso) con mis 11 kilitos de Samantha en brazos y los papeles, rezar para que no se les ocurra decir que debe ser en un solo pago y me invaliden mis… colas, dolores de espalda, sufrimientos… y la adrenalina.
Desde el lunes me mantuve incomunicada con el entorno, sin Facebook, televisión, vecinos, sólo conmigo, con la familia, y con Julio Cortázar a través de las palabras en un libro. Así que tranquilamente agarré un colectivo con dirección al centro y escuché en la radio que se convocaba a una marcha el día domingo 22 de enero, donde se manifestarían inconformidades y tomarían acciones para revertir las reformas estructurales. Luego de unos minutos descubrí que personas tomaron alguna radiodifusora para expresarse. La gente le preguntaba al chofer hasta qué hora trabajaría, y él respondió tranquilamente:
-Pues mientras no me quemen la combi, o me la quieten sigo trabajando. Bueno, me vale si la queman mientras me dejen salir.
Así comenzó ese piquete en la frente, el aumento de temperatura en mi rostro descendiendo en el cuello y el pecho, el sudor frío, esas ganas incontrolables de ofender a la suerte en mi pensamiento.
“… ta suerte, por qué no metí crédito para checar el Facebook, pa’ que salí hoy, cómo voy a correr cargando a Samantha, ¿y si se pone feo qué hago?”, pensaba mientras subían a un montón de personas en el colectivo lleno, unas seis mujeres paradas, y en la calle pasaban camionetas llenas de personas con dirección a la Secretaría de Educación Federalizada.
-Ahí van esos a quemar las oficinas de SEF- dijo el chofer, un tanto sensacionalista, porque el viaje fue tranquilo.
Bajé de la combi. Caminé media cuadra, vi un grupo de hombres y mujeres corriendo a la banqueta donde yo estaba, unos diez o quince juntos. ¡Asaltantes en parvada!, ¡robachicos!, corrí a la banqueta contraria y de ahí hasta llegar a la esquina, la plebe se fue en contra de dos jóvenes de rasgos indígenas que venden dulces y cigarros en canguritos de madera. Supongo que por los operativos para acabar con el comercio ambulante. No vi más, caminé tan rápido como pude para terminar mis trámites y regresar a casa.
Fuera de las peripecias burocráticas y la falta de mueganitos en canastas, no hubo problemas, hasta Samantha se portó bien. Llegamos a la parada del colectivo y luego de un rato frente a nosotras se estacionó una patrulla. Bajaron dos elementos. Unas mujeres con ropa de civil sentadas en la banqueta se pararon sostenido los escudos de plástico. Se bajó un policía de la camioneta y nos preguntó:
-¿Todos están esperando combi?- abrió las piernas, sacó el pecho y dijo con tono descontento y poniendo de manera brusca el escudo de plástico sobre suelo.
-Sí-. Respondimos en coro. Como tienen mala fama, y hemos sabido que unos policías le robaron el celular a un poeta, y casos parecidos de abusos de autoridad, exceso de fuerza… seguramente más de unx pensamos en ese momento: ¡Ya valimos!
-¡Súbanse los vamos a llevar!- dijo el hombre de uniforme negro con tono imperativo.
-No gracias- contestamos sabiéndonos rodeadxs de autoridades-. No, mejor esperamos.
-¿No?, pero no hay combis, nadie los va a llevar- se expresó el agente un tanto confundido por nuestra respuesta colectiva, él esperaba un sí, gracias.
Relajándose y notando la desconfianza con que los veíamos y quizás escuchando el tono inquisidor con que se dirigía a nosotrxs, moviendo de un lado al otro el escudo reiteró la oferta. ¿Cómo es que llegamos a temerle a la policía y a las autoridades?
-¿Es neta?- preguntó un joven.
El policía afirmó con la cabeza. Así fue como aceptamos el aventón. Me tocó ir adelante.
-Para que ya se pierda el resentimiento de la ciudadanía con los policías- dijo en algún momento el hombre que manejaba.
El resentimiento. Tiene razón, hay mucho. También hay tratos déspotas, recordé como se arrojaron contra los canguritos dos horas antes, cómo nos habló en un principio y cómo nos fuimos sintiendo segurxs conforme avanzó el viaje. Atrás se escuchaban risas, gente que llamaba a sus familiares para contar la anécdota. También se relajaron los policías y reían, eran amables, eran personas.
-Me subieron a la patrulla… de verdad… qué pensaste que me llevaban a la popular. No, es que no hay colectivos… decía un hombre atrás.
Pensé que quizás algún día recuperemos la confianza en las autoridades, cuando haya un trato digno a las personas, desde el lenguaje corporal, desde la manera en que se nos habla, cuando se escuchen nuestras necesidades antes de emitir discursos. Pensé que vienen más confrontaciones y que por dura que parezca la realidad vale la pena estar informados en tiempos difíciles y aunque voltee la mirada o cierre los ojos para no terminar con derrame cerebral o una úlcera en el estómago de las preocupaciones, la realidad sigue ahí. Lo que no hay que olvidar es que somos personas; los policías, las bebés, las mamás, los canguritos, los colectiverxs… somos personas.