Todo comenzó por mi gusto por los muslos de pollo. La pechuga siempre se me ha hecho muy seca; la pierna con poca carne, últimamente también les he encontrado gusto a las alitas, pero a los siete u ocho años de edad lo que más apreciaba eran los muslos de pollo.
Estaba sentada junto a mi primo en una comida familiar. De manera insistente le decía a una de las tías que servía que quería el muslo de pollo. Ella me ignoraba con la misma insistencia en que yo solicitaba esa presa.
Mi primo, que era más grande que yo sólo por cinco meses, me dijo –con ese semblante de quien se ha dado cuenta de algo que las y los demás ignoran- “No te la van dar. Mira…date cuenta siempre cómo sirven. Las que sirven la mesa son siempre las mujeres, a quienes primero le sirven son a los hombres, luego le dan a comer a los niños y por último ellas. El muslo le gusta a mi papá y le van a servir los dos a él”.
Cuando él me dijo eso. Me di cuenta, que efectivamente, así era. Nunca me había percatado. Pero, ese día me di cuenta. Las mujeres sirven de comer a los hombres y ellos son los primeros en comer.
Mi primo después me dijo que a él también le gustaban los muslos de pollo –tal vez sea un gusto genético-. Y que nunca le tocaba esa presa porque era para su papá. Él tenía todo un plan: cuando fuera grande y a su esposa le tocará servirle, se comería los dos muslos del pollo. Nadie se lo discutiría. Sería el hombre de la casa.
¡Caray! Sentí tanta envidia de su plan y me puse a pensar “¿Y si mi esposo también le gusta el muslo del pollo?”. Mi plan entonces consistía en preguntarle a cualquier prospecto de pareja ¿Qué presa del pollo prefería? Obvio, si decía el muslo estaba descartado de mí lista. La estrategia se me hizo suficiente en ese momento.
DOS
Mi primo y yo convivíamos mucho. Estaba enfermo y no sé si por eso o porque, realmente, era así tenía dos características: era muy observador y un poco cruel. Las dos cosas en un niño de ocho años abren un abanico inmenso de posibilidades.
Estábamos sentados en la banqueta de su casa viendo a varios niños jugar fútbol. Vi la cara de mi primo que traía ganas de jugar y le propuse que pidiéramos juego. Su respuesta fue “A mí me hace falta una pierna y tú eres mujer ¿Crees que nos van a dar juego?”.
No tenía mucho que había pasado lo de los muslos de pollo cuando paso esto. Decidí dejar la idea del fútbol y empezamos a platicar sobre las diferencias que hacen por ser hombres o mujeres. Era casi un juego para nosotros empezar a enumerar las acciones que se hacen por construcción de género –obvio no le llamábamos así-: Las mujeres no pueden ser mecánicas, decía él. Los hombres no pueden llorar, decía yo. Para él era como decir lo obvio, para mí era darme cuenta de un destino, que en ese momento, se me hacía inevitable, me dolía darme cuenta de las cosas que podía y no podía hacer sólo por haber nacido mujer.
Tres
Desde que estaba en la secundaria he estado en cuadros de formación política. En cuanto ideologías políticas de izquierda me han tocado casi de todo.
En una ocasión –tendría como unos 16 ó 17 años- estaba en una comunidad después de un taller de formación política. La mayoría en el taller eran hombres, las pocas mujeres que estábamos éramos de fuera, yo ya me traía mi ondita con la cuestión de género en ese momento. Así que la pregunta era obligatoria ¿Y las compañeras? La respuesta: están haciendo la comida para cuando salgamos.
Cuando salimos del taller unas diez mujeres servían a todos los que habíamos salido del taller. ¿Adivinen, a quiénes les servían primero? Por dentro decía “Ya me chingue, ya estuvo que no me toco el muslo del pollo”.
Bueno…también pensaba que si hay algo peor que los machos convencionales, son los machos de izquierda. Esos que quieren cambiar el mundo, pero no quieren perder sus previlegios. Que hablan de las diferencias de clases, pero cuando hablamos de la mayor diferencia social que existe en el mundo, que es la de género, se hacen los sordos. Que salen hacer la revolución, pero cuando llegan a su casa quieren encontrar la comida caliente; los hijos y las hijas cambiadxs. ¿Quién pensarán estos hombres que hace las labores domésticas mientras ellxs participan en la política?
Si me indignan tanto esto es porque he tenido que lidiar con muchos de este tipo y cada vez me irritan más. Tengo muy claro que la revolución ha de ser feminista o no será revolución. Que no hay movimiento de cambio que vaya en serio, sino atraviesa primero por un asunto de género.
Cuatro
Hace 15 años empecé a trabajar en la agencia de noticias con perspectiva de género Cimac. En ese entonces no me decía, abiertamente, feminista. Me abrazaba yo del tema de equidad de género, me resultaba menos chocante y me permitía lidiar con las y los demás. No salía del clóset, pues.
Manifestarse “Feminista” no es fácil. Es luchar contra corriente. El feminismo atraviesa todo nuestro ser. Nos hace replantearnos nuestras acciones. Hace evidente nuestras incongruencias. Pero, no decirse feminista en un lugar en donde todas se proclaman como tal también es difícil. Así andaba yo en aquellos años en las reuniones con las “Cimacqueras”.
Tal vez es por eso es que intento respetar –no siempre me sale- el proceso de las y los demás en cuanto al feminismo. Por las compañeras que me respetaron y las que no.
Trato de respetar los diferentes tipos de feminismos. El proceso de cada una y cada uno. Con lo que no soy tolerante es con la discriminación y la violencia.
El feminismo es igualdad social, es construcción; no busca matar a nadie; sino por el contrario que vivamos en un mundo en donde todas y todos tengamos igualdad de oportunidades.
Cinco
¿Cuándo me volví feminista o más bien me reconocí feminista? La verdad es que no lo sé con precisión. No es que un día estuviera sentada viendo hacía la ventana de mi casa y Simone de Bouverier o Rosario Castellanos se me revelara y me dijera que ese era mi destino. No, no fue así.
Tampoco fue el día que no me dieron el muslo del pollo. Ese día yo creo que fue la primera vez que fui consciente de la desigualdad de género, y por eso conté, precisamente, esa anécdota.
Creo que las personas somos lo que somos por una serie de sucesos que pasa en nuestra vida.
A mí me hizo feminista conocer las historias de vida de las mujeres trabajadoras sexuales de la zona de tolerancia; ver a un día a una señora desplazada golpeada por su esposo porque ella se negó a tener relaciones sexuales en el baño del albergue. Me hizo feminista platicar con las madres de migrantes desaparecidxs.
Me reconocí feminista de tanto cubrir los feminicidios, a mujeres que las asesinan por su condición de género. Me hice feminista al ver que jóvenes de preparatoria no pueden seguir estudiando porque sus padres prefieren mandar al hijo varón a la universidad; me hice feminista cuando vi cómo mujeres que están en el penal del Amate fue por encubrir a su pareja o participar en hechos delictivos con ellos, muchas de ellas no querían, las obligaron.
Me hice feminista al participar en una campaña que busca visibilizar la muerte materna y darme cuenta que muchas mujeres mueren por razones género.
Me hice feminista de tanto ver las cifras del INEGI que nos dejan en desventaja a las mujeres en todo: somos las que menos tenemos acceso a la educación, aunque tengamos mejor índice terminal de estudios; somos las que menos propiedades tenemos; las que más horas dedicamos al trabajo doméstico. No hay cifra que no pase por una cuestión de género.
Me hice feminista no por ellas, sino por mí. Porque me reconocí y me reconozco en muchas historias que me ha tocado cubrir como periodista, porque entendí que no se trata de una, sino de todas. Me hice feminista porque quiero vivir en una democracia y sin la participación de las mujeres no hay democracia. Me hice feminista porque es el único camino que he encontrado para llegar a la igualdad. Me hice feminista porque quiero ser feliz.
*Este texto fue mi participación en la reunión de las Violet Witches organizado por la Asociación Civil Keremetic. Agradezco la invitación de las y los integrantes de la agrupación así como de las otras compañeras ponentes: Carolina Fonseca y Martha Riofrio.