Yo también hablo de la… fuga
Por: R. Parks
A mis hijos y decenas de sobrinos.
En la conferencia de prensa del lunes 13 de julio, en la que participó el titubeante secretario de gobernación y la nerviosa procuradora Televisa, hubo un momento en que parecía que Osorio Chong estaba a punto de resumir lo que era inevitable concluir: si el gobierno hizo todo bien, si la cárcel cumple con todos los requisitos para ser de alta seguridad (hasta tiene certificación), si el personal está altamente capacitado, si, etc., etc., etc., entonces solamente cabe una conclusión: el Chapo está mucho más preparado, capacitado y, al parecer, también certificado. En resumen, es un chingón y contra eso pues nomás no se puede.
Sin embargo, creo que ni lo uno ni lo otro. Me explico: ni el gobierno hizo bien las cosas ni el Chapo es un chingón. Aventuro otra explicación.
En un país donde el presidente de la república es expuesto públicamente, sin lugar a dudas, como un corrupto por, entre otras cosas, tener una casa que le “vendió” un contratista altamente beneficiado con obras públicas millonarias cuando fue gobernador estatal; en un país donde ese presidente tiene la desfachatez de nombrar un subordinado ¡para que lo investigue!; en un país dónde el secretario de gobernación y el de Hacienda andan en las mismas en cuanto a propiedades millonarias; donde el presidente declara sus bienes y la mayor parte de ellos son “donaciones”; un país donde 43 estudiantes son desaparecidos y no hay una autoridad, una sola, que acierte a explicar, demostrar, convencer, de lo ocurrido; en un país donde un gobernador se manda a construir una presa privada con recursos públicos en contra de cualquier cantidad de leyes, normas y regulaciones y sigue tan campante; en un país donde, no uno, sino muchos gobernadores y ex gobernadores que son unos reconocidos descarados, cínicos y sinvergüenzas ladrones; en un país donde las empresas, esas mismas que hacen campañas en contra de la piratería y a favor de los “valores”, depositan mensualmente grandes cantidades de dinero a los sindicatos para que controlen a los trabajadores, a los que, además, les quitan de sus ínfimos salarios las cuotas para el mismo sindicato que los “representa”; en un país donde el salario mínimo es de $70.10; en un país donde el partido político más multado por incumplir descarada, deliberadamente, las normas electorales es, además, el principal aliado del que “gobierna” la nación; en fin, en un país donde atrocidades como estas y parecidas ocurren todos los días, y en todos los casos con una absoluta impunidad, en un país así, entonces, la fuga del Chapo es algo absolutamente normal, consecuente, esperado, predecible, porque todos, el “gobierno”, las empresas, los funcionarios, los medios, los narcotraficantes, todos ellos juntos, es decir, el verdadero crimen organizado, hacen cada uno lo que saben hacer.
Y eso que hacen, ha tenido, tiene y seguirá teniendo los mismos resultados. Por eso, me parece, se escapó el Chapo.
Es verdad, nuestro país vive tiempos amargos, desoladores, sin aparentes salidas a la vista. En momentos así, vale la pena echar un vistazo a la visión universal, intemporal, es decir, a la mirada que solo los poetas tienen.
Pablo Neruda, en ese monumento poético – histórico – mítico – utópico, desgarrador pero también profunda y esencialmente esperanzador que es el Canto General, lanza un grito solidario para quienes han sido y son víctimas de las atrocidades del poder, para no olvidar, para fundar un mejor presente y un mejor futuro.
Cantemos pues, con Neruda.
Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera con vosotros anclado,
contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, y paso a paso,
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre.