Entonces, escribo
Por Damaris Disner
Clavícula (Anagrama, 2017) de Marta Sanz (Madrid, 1967) es la novela que leí en la semana. Forma parte de la bibliografía que la escritora mexicana radicada en España, Paola Tena, nos compartió para el taller “Narrando experiencias”, que tomo en línea. La ficción autobiográfica se hace presente. Marta nos habla de Marta como personaje. Una escritora durante un vuelo de avión le comienza un dolor agudo en la clavícula. A través de las sensaciones dolorosas internas y del miedo expone su vida y las relaciones con su pareja, sus padres, sus amigos.
Acostumbro apuntar frases de los libros que leo para retomarlos como referencias en mis textos, con la novela de Sanz ansiaba transcribir todo. Está conformada por capítulos breves, que bien podrían leerse aparte y muestran el universo doloroso que se invoca cuando se escribe. En la novela ella dice “escribo de lo que me duele” p.66. Y afirma que lo ha repetido cinco hasta doscientas veces en las entrevistas.
Marta, el personaje, nos habla de lo oscilatorio de los ingresos de una escritora que provienen de colaboraciones de prensa, conferencias pagadas en mil euros y en otras ocasiones con nada, “anticipos de textos de creación que nunca son demasiados jugosos; derechos de autor que a veces existen y a veces no; participación en jurados literarios…” p.87.
En fin, cuando leo su lista, me pregunto cómo he sobrevivido. Cómo sobrevivimos las escritoras en Chiapas, en nuestro país. Por más que insisto que no me gusta la política entiendo la necesidad de incidir que también lo personal es político cuando se trata de valer nuestros derechos. Mirar nuestro trabajo creativo desde la dignidad y el respeto que damos a otras, otros, es también ejercitarlo con nosotras mismas.
En una entrevista para la revista virtual Pliego Suelto (18-11-2017), Sanz afirmó que “la queja no sería un acto de egoísmo, sino un acto de valentía y solidaridad en un mundo de emoticones sonrientes y gente vestida de rosa”. Y creo que en esto debo detenerme. Recuerdo que en el periódico que trabajé, uno de los diseñadores siempre que me acercaba a él decía “quejitas”, “ahí viene la quejitas”, porque en la mayoría de las ocasiones le decía que pusiera en cursivas los nombres de los libros u otros detalles que cuando hacía el diseño no respetaba del texto. Y claro que era incómodo para mí, pero tenía que hacerlo. Cuando veía que me era molesto o que le diría al jefe de información, trataba de parecer gracioso. El mote me lo puso por lo mismo porque un día, cansada, lo denuncié porque no ponía empeño en su trabajo.
Con el paso de los años he ganado en seguridad. En domar mis temores, en atreverme a realizar lo que quiero y luchar con dignidad por ello. Así que la lectura de Clavícula hace que recuerde el compromiso que tengo conmigo misma y ojalá sea también un destello para las mujeres que me lean o escuchen. La ficción autobiográfica jamás dejará de ser un faro si permitimos reconocer lo que más nos asusta, sin importar que los demás estén o no de acuerdo.