La división sexual del trabajo se refiere a la manera en que cada sociedad organiza la distribución del trabajo entre los hombres y las mujeres, de acuerdo con los roles de género establecidos que se consideran apropiados para cada sexo. Esta distribución se basa en el sexo biológico y se divide en trabajo productivo y reproductivo; los hombres suelen ocupar el espacio público (trabajo productivo) y las mujeres, el espacio privado (trabajo de reproducción). Estos roles tienen una diferente valoración social, lo que genera desigualdad entre los géneros. El trabajo doméstico y de cuidados, asignado a las mujeres, ha carecido de reconocimiento y visibilidad, lo que se traduce en empleos precarios y mal remunerados para ellas. Como resultado, las mujeres suelen acumular dobles jornadas laborales.
Es por ello que es vital que las acciones y políticas públicas contribuyan a no perpetuar estos roles y a acabar con las desigualdades generadas por la división sexual del trabajo. Medidas como la igualdad salarial entre hombres y mujeres, así como incentivos para el trabajo doméstico y de cuidados, son fundamentales para garantizar una mayor equidad entre los géneros. De esta manera, es posible lograr una distribución equitativa del trabajo entre los hombres y las mujeres.