Por: Valeria Valencia
Foto: tomada del blog Fernandina de Jagua
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.- Masiel tiene presencia fuerte, piel morena y una mirada nostálgica que dice, heredó de su madre. Intento recuperar su origen a partir de su cuerpo. Me recuerda a las mujeres del Istmo de Tehuantepec por su estatura y por la fuerza de su voz en la que no encuentro un acento característico ni de Oaxaca ni de Chiapas. Su hablar pausado pero firme me hace seguir pensando que es mujer sureña y me lo confirma cuando le pregunto dónde creció: en la costa chiapaneca, responde.
Acomoda su largo cuerpo y abultado vientre sobre el estrecho sillón de su casa, me sirve un té y concentra sus ojos curiosos en mí. Recuerda sus años de infancia y adolescencia entre Chiapas y Durango, fue una niña sin mirada materna y paterna. Creció a lado de sus hermanos y en compañía de una gran soledad que le causaba los días sin mamá.
“La negrita”
“Recuerdo con gran cariño a una perra que nos acompañaba, incluso dormíamos con ella dentro de su jaula, porque mamá llegaba muy noche de su trabajo”. A los 4 años ella junto a sus hermanos quedaban solos en su casa todo el día, se hacían el desayuno y la comida. “No sé cómo lo podíamos hacer estando tan pequeños” me dice pero en realidad se lo está diciendo a ella. De papá no supo mucho, sólo que un buen día se largó de casa y volvió a saber de él sólo por teléfono contadas veces en su vida.
Su piel, como marca corporal, fue motivo de sufrir el desprecio de su abuela materna. Recuerda que fue muy dura con ella y su hermana por ser hijas de un músico, pero sobre todo por ser las únicas en la familia de piel morena. “Las negritas, nos decía y yo me sentía como algo que ella no quería ver”.
Esta infancia insípida, la hizo recurrir en su adolescencia a lo más tangible y fuerte que tenía: su imagen reflejada en el espejo. Su espigada figura y su rostro que parece el de una bella salvaje fue lo único que le ayudó a alimentar su auto estima. Por esos años, que transcurrían en Durango, ella deseaba explorar otros terrenos, salir con sus amigos, crear puentes con ese mundo que sólo había espiado desde las paredes de su casa.
Su madre, intuyendo la agitación de su hija, se volvió “más regañona, autoritaria, no nos dejaba salir, nos tenía muy vigiladas, muchas veces nos pegaba cuando llegábamos tarde a casa”. Toda esta opresión crecía cada día en su pecho pero un día reventó y decidió con sólo 15 años de edad y la secundaria terminada, emigrar a mejores cielos. Escapó de su casa y regresó a Chiapas, donde había vivido su infancia y vivió por corto tiempo con una tía.
Masiel mujer
Libre del yugo materno, Masiel se sentía libre, poderosa, y para demostrar ese poder decidió colocarse un pearcing en la nariz. Decidió hacérselo ella misma así que buscó un desinfectante, una aguja y con mucho dolor se hizo la perforación. “Me lo hice por rebeldía, me sentía fuerte y quería demostrarme que no le tenía miedo al dolor”.
Junto con esa dolorosa decisión, eligió también estudiar. Pidió ayuda al padre desconocido pero se la dio sólo por unos meses. Con su hermana de compañera deciden migrar a San Cristóbal de Las Casas, donde se vincula con amigos artesanos, extranjeros casi todos.
La amistad con ese grupo, y la relación sentimental que sostiene con uno de ellos, la hace conocer “otro tipo de vida”. Él era un chico malabarista con quien viajó a varios estados y a otros países. “Me enseñó mucho, a hacer malabares con fuego y de eso vivíamos, él tocaba el yambé y yo hacía los malabares en los parques y plazas”. Cierta vez, estando en Guanajuato él se fue a ver a una hija que tenía en el norte y nunca más lo volvió a ver.
En esa mágica ciudad conoció a hombres y mujeres que vivían en comuna y pasó por las más aventuradas historias. Dormir en la estación de un tren, en el desierto, le hizo aprender que “nada es imposible, que todo tenía una solución” y se fue quitando mucho de los miedos que tenía como por ejemplo viajar sola.
Por azares de destino, de regreso a San Cristóbal conoció a Yuri, de quien se enamoró y con el que se fue a vivir a Italia de donde él era originario. Seis años en ese país le cambió la vida. Ya no hacía nada de lo que hacía en México, no había yambés ni malabares y sí mucha rutina y encierro en los trabajos que obtuvo.
“Me aburrió hacer siempre lo mismo, y mi novio empezó a consumir cocaína y a mí también me arrastró a consumirla. Yo le decía: mira en lo que nos hemos convertido, yo no quiero esta vida, yo quiero tener una familia y disfrutarla, pero él decía que podía controlar la situación. Con mucho dolor decidí dejarlo y me fui a vivir a Alemania. Un año después me cansé del sistema europeo y me regresé a México”, platica mientras acaricia su largo cabello negro.
Llegando a San Cristóbal conoce a Ricardo, de quien se prende por su gran estatura que la hace sentirse protegida. El cuerpo de su hombre era “como un árbol donde cobijarme y sentir ese amor que no había tenido”. Al poco tiempo de compartirse el cuerpo y el corazón, comparten espacios y luego la gran noticia: está embarazada.
La revolucionaria experiencia de ser madre
A Masiel, ser madre le revolucionó la vida. Con esta nueva experiencia, consciente e inconscientemente recapitulaba todas las vivencias que la habían hecho la mujer que era.
La figura de su madre es central en la construcción que ella hace de su propia maternidad. La soledad y abandono en su infancia, la violencia física y sicológica, fueron parte de los habitus que ella aprendió como modo de ser madre. Hoy los reconoce e intenta desaprenderlos.
En ese proceso, intenta no repetir los patrones que le enseñaron su madre y su abuela, quien se avergonzaba de su vientre hinchado, se fajaba y escondía para que nadie la viera embarazada. Sus partos los tenía en la soledad de su casa.
Hoy Masiel busca ser una madre distinta, romper con la mímesis, se niega a “actuar el pasado” aunque sus aprendizajes heredados, encarnados, en muchas ocasiones son difíciles de trascender.
Hasta antes de ser madre Masiel concebía a la maternidad como algo que exigía demasiada responsabilidad y mucho sacrificio, pero también como un sueño rosa, como sonrosados son los cuerpos y risueños los rostros de las mujeres que ella veía en las revistas de maternidad.
Durante su primer embarazo subió 24 kilos lo que la hizo sentirse fea, “feísima”. Su auto estima bajó, después de parir buscó bajar pero no logró su peso anterior. Al mismo tiempo, “me di cuenta que podía ser mejor de lo que era como persona, y me sorprendía cómo le podía dar vida a un ser con mis pechos, me sentía como una fuente de vida”.
Con esta primera experiencia como madre, ella encuentra en su cuerpo una forma de sentir poder, aunque también la remite a la configuración de madre “Todopoderosa” y bella que dicta el imaginario social mediante la publicidad que convencionaliza ciertos modelos, creándole frustración y una contradicción constante.
El ser madre la ha llevado también a pasar complicaciones en el campo laboral. Estando embarazada y convertida en madre soltera le fue negado en varias ocasiones el empleo. “Es que estás embarazada. Es que tienes un hijo, no lo puedes traer” fueron los pretextos para no contratarla. Estar embarazada es una marca corporal que provoca rechazo cuando se le asocia al trabajo, porque se es “improductiva” en la lógica del mercado capitalista.
Destruyendo modelos
Masiel se acomoda una y otra vez en el sillón, se acaricia su vientre y sus ojos le brillan. Está a punto de dar a luz a una niña, y esta vez su corazón está feliz y tranquilo. La compañía de su pareja le hace sentir que esta vez “las cosas serán diferentes” pero sobre todo porque la Masiel de hoy no es la misma que hace 4 años cuando no tenía idea de lo que realmente implica ser mamá.
“Ahora me siento mucho más segura y tengo muy claro sobre qué quiero para mí y mi hija. No quiero que pase el mismo abandono que yo pase y a veces me da miedo la violencia que yo misma genero. Pero quiero ser diferente”, explica con la seguridad reflejada en el rostro como sabiendo que se ha apropiado de sí misma.
A sus 29 años, Masiel vive con plenitud su empoderamiento como madre y como mujer. Ha ejercido su capacidad de actuar: decidió salir de su casa para no seguir viviendo bajo violencia de su madre, se dejó llevar por ese viento libertario que le arrebató sus miedos, romper con una relación insana, criar a un hijo sola, darle otra oportunidad al amor, ser madre una vez más, con todos sus miedos y sus fortalezas.
Ha decidido, valientemente, destruir el modelo de madre que había heredado, ella muestra orgullosa su vientre, habla sin tapujos sobre lo que considera errores cometidos. Se ha trazado un camino que sabe no es fácil porque tendrá que romper con muchos esquemas naturalizados. Observó su historia y decidió cambiar su condición de sujeta dominada. Masiel es una mujer como muchas que caminan por las calles, una heroína sin apellidos.