Por: Valeria Valencia
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.- Doña Ale es de esas mujeres con mirada diáfana. Siempre con la sonrisa puesta, el comentario acertado, la madurez de una mujer que ha sabido crecer de manera colectiva, a lado de su esposo e hija y de la comunidad zoque a la cual ha adoptado como una extensión familiar.
Alejandra Pacheco Romero se convirtió en la primer maestra ramilletera dentro de la Mayordomía zoque ya que las costumbres no habían dado paso a que una mujer participara de este oficio con tintes de ritual sagrado. No obstante, su constancia y ganas de aprender a hacer algo que hasta entonces sólo hacían los hombres, hicieron que se rompieran las reglas y se ha sostenido con mucha responsabilidad en ese cargo, con todo lo que ello implica .
Memoria, observación y tenacidad fueron sus aliados. A Alejandra desde muy pequeña le ha gustado tejer flores, primero sobre tela y ahora en ramilletes zoques, ya sea como joyonaqué o joyozotoc.
Desde la primera vez que enredó sus dedos con las hojas y las flores, ella supo que no lo dejaría de hacer nunca. Como niña tímida, en silencio, observaba las manos de los ancianos y de vez en cuando ayudaba, pero con el tiempo se animó y le pidió a uno de ellos le enseñara a hacer un ramillete. Con su siempre sonriente rostro, el maestro ramilletero don Antonio Escobar (QEPD) le respondió ofreciéndole unas hojas, pétalos de flores, hilo y aguja.
La floreada de la ramilletera
Cuando ella se acercó a la mayordomía zoque de Tuxtla, había sólo una mujer en calidad de alumna y al poco tiempo ingresó otra más. Por diversas razones ellas salieron del grupo. Cuando doña Ale ingresó, la mayordomía pasaba por una época crítica porque los ramilleteros no estaban llegando por problemas familiares, de enfermedad y otros más fallecieron.
Recuerda que fue tío Neto quien le regaló sus primeras agujas con las que empezó a costurar ramilletes. Un año después la Mayordomía decidió florearla, es decir, darle el cargo de ramilletera, junto con su esposo Armando Ovilla y Sergio de la Cruz en octubre del año 2002 convirtiéndose en la primer mujer con esa distinción.
Sostener este cargo no es algo sencillo, cuenta doña Ale. “Implica ante todo una gran responsabilidad con la Mayordomía porque ha depositado su confianza en tu trabajo y es a la vez una distinción. En principio, se debe estar presente para hacer ramilletes en las fiestas principales de la mayordomía a lo largo del año cuando el maestro te lo pida, más todas las que vayan saliendo”.
Sin embargo, a la ramilletera zoque no le pesa cumplir con estas tareas. Lo hace con mucho gusto porque sabe que es un reconocimiento que se le dio.
Hasta ahora es la única mujer ramilletera. Antes no se permitía la participación directa de las mujeres en esta labor por estar confinada sólo a varones. Pero su trabajo e interés por preservar esta bella y florida tradición le hizo a doña Ale romper la regla.
Aguja e hilo en mano, aprendió a costurar mensajes de los antepasados y darle vida a palomas y águilas con la observación, al principio, y las instrucciones del maestro ramilletero después. Ser la única mujer ramilletera de la Mayordomía zoque es un cargo y un mérito que no le fue gratuito alcanzar.
Una guerrera oaxa-zoque
A pesar de ser tuxtleca, con ascendencia oaxaqueña, no se había acercado a las tradiciones zoques hasta que se casó y conoció esta agrupación que preserva las costumbres del pueblo zoque en la capital chiapaneca y se ocupó en colaborar con esa misma labor junto con su esposo y ahora también con su hija Rebeca.
Un ramillete es una reminiscencia prehispánica, un ente vivo, eso es lo que más me gusta además de sus elementos y significados. Pero no hay que olvidar que ante todo, un ramillete es una ofrenda, afirma convencida.
*Entrevista publicada en el texto «Manos que hacen identidad». Fue actualizada para su publicación en Revista Enheduanna.