I
Mi respiración era agitada y tenía mareos, las piernas bañadas en sangre reaccionaban con lentitud, desconocía mi posición, mi estado, sólo estaba segura de una cosa; algo me ocurría y no me encontraba a solas en esa desconocida habitación.
— ¡Déjala! ¡Vámonos Rosa! ¡Déjala ya! —escucho una voz grave a los lejos y por más intentos que hacía de reconocerla, solo conseguía desatar a mayor grado los malestares generados. En medio de mi disturbio alcancé a reconocer un par de paredes verdes, algunos instrumentos quirúrgicos, guantes tirados, y una liviana luz que se filtraba por alguna ventana que no veía del todo.
De pronto al intentar saber el por qué me sangraban las piernas, descubrí una tira delgaducha y extraña saliendo por mi vagina, asustada, me toqué, y al hacerlo una sensación de apuñalamiento me congeló el vientre.
Dolor, ardor, dolor, ardor me trituraban lentamente mientras un sentimiento de desconsuelo me ataba a lo que parecía una mesa blanca con alguna sábana semipuesta, no entendía pero mis lágrimas gruesas caían sin dificultad estrellándose contra un charco de sangre a orillas de mis pies.
Una impresión de succión comenzaba a jalarme, seguía sin entender, sin consuelo, sin dejar de llorar, pero algo me jalaba como aspiradora industrial.
—Amor, ¿qué tienes? ¿Amor? ¡Amor! —decían a lo lejos y el colapso llegó con tintes de realidad; me encontraba tendida en la cama, semidesnuda a su lado, con el cuerpo tembloroso y los ojos irritados
—¿Qué pasó? —pregunté confusa.
—Terminamos y te desmayaste cuando comencé a preguntarte si estabas segura de no haber usado protección.
Sus palabras removieron mi cabeza, recordé las exigencias de mi tío quien se ha encargado de cuidarme desde que mis padres, mi tía y su bebé fallecieron en ese terrible accidente. “Quiero un hijo tuyo y lo quiero ya”, retumban las palabras en mis oídos.
Mi tío por alguna razón que aún sigo sin comprender en su totalidad, ordena me embarace lo antes posible de quien sea, incluso él mismo lo ha intentado un par de ocasiones atrás, sin embargo, al escuchar el estruendo de mis súplicas y ver mis lágrimas caer por mis mejillas, se detiene y le pide perdón a su esposa, en ese momento el horror se desvanece.
— ¿Amor, estás bien? —sus palabras me regresan nuevamente a su lado y todo vuelve a mi mente con claridad.
Después de tomar un frasco de pastillas que me ahuyentaran de toda realidad posible para poder intimidar con este pobre chico que ni culpa tiene pero que amablemente ha sido mi novio por un par de meses, cerré los ojos para desvanecer de una vez por todas la imagen de mi tío sobre mi cuerpo diciéndome “Quiero un hijo, quiero uno, lo quiero”.
—¿Estás bien, amor? —vuelve a preguntar con un tono alarmado.
—Sí Pedro Damián Nucamendi Cervantes de Córdova —bromeo para ocultar mi rareza y como respuesta me regala un abrazo.
Para ser franca no me había percatado de los suaves que son, de lo tiernos que se vuelven al consolar y del daño que llegaré a causarle cuando sepa que no le quiero como él a mí, sin embargo no es algo que pueda decirle en estos momentos, sino hasta cumplir con la orden del tío.
—Tengo un regalo para ti — dice mientras se levanta y saca una caja bien envuelta de papel —ábrelo, espero te agrade.
Tomo la caja, la abro, y en su interior se encuentra una muñeca que me da la sensación de ser un bebé, observo minuciosamente la muñeca y por momentos pareciera que veo a un bebé real, cosa que me hace tomarla, sujetarla entre brazos con firmeza y pegarla a mi pecho de tal forma que ni yo comprendo.
—Tiene tus ojos, es hermosa, le pondremos como mi madre, ¿quieres?
—Sí amor, cuando tengamos un bebé le pondremos como tú desees, por el momento nos conformaremos con la muñeca —su voz tiene una mezcla de extrañeza y ternura.
Al intentar quitarme la muñeca para guardarla en su respectiva caja, una ira proveniente de los más interno de mi ser se desborda sin medida alguna.
— ¡NO! ¡Déjala, es mía! —grito con furia como si me quitasen la vida.
—Pero la guardaré en la caja, amor, ya es tarde, necesitamos llegar a tu casa para que tu tío no te regañe —responde temeroso.
— ¡Déjala! —suplico con lágrimas.
—Amor por favor, vamos a guardarla. —toma mi brazo con algo de nerviosismo.
—¡Qué me dejes, carajo! ¡Es mi hija! —en mi histeria, lo golpeo, lanzo la muñeca y me tiro al suelo ante la frustración que me causan las palabras de mi tío picoteándome como avispas en los oídos —Te odio, maldito, te odio. No me toques, aléate, vete, te odio ¡aléjate!— empuño las manos y las aprieto contra mi cabeza.
—Lo siento amor, es mi culpa —susurra mientras delicadamente se acerca a mí.
—Ya no quiero muñecas —mis lágrimas caen lentamente y poco a poco tomo la pose de un feto.
—Cariño, lo siento, en verdad, discúlpame por ser tan imbécil —se acuesta junto a mí, me abraza.
—Ya no más muñecas —repito hasta quedarme dormida.
Así pasamos el resto de la tarde, abrazados y dormidos, de pronto un ruido ajeno a su respiración interrumpe mi sueño, su móvil suena, marca alrededor de 10 llamadas perdidas.
—Amor despierta, tu tío llama.
— ¿Qué hora es?
—Casi las 8 pm, ya es un poco tarde, atiende para que no enfurezca más en lo que yo me alisto para irte a dejar.
—Vale, pásame el móvil.
—¿Bueno? —respondo.
—¿Dónde estás? ¿Por qué no has llegado a casa? ¿Con quién estás?
—Voy en camino tío, Ram me lleva a casa, no demoraré más —dejo el teléfono.
— ¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? —pregunta.
—Me colgó.
Toco el timbre y mi tío atiende, no me había percatado de lo joven que se ve, siempre dijeron que era un sujeto traga años y que por eso había logrado conquistar a la Tía Ofe. Sus facciones pasan como chico universitario, un tanto corpulento con algo de gordura pero al final de cuentas un universitario
—Disculpa la tardanza, Fer, mi madre nos preparó la cena y aprovechamos para comer —Dice Ram de forma amable.
—Métete a la casa —ordena mi tío haciendo caso omiso a las explicaciones de Ram.
—Te veo mañana, ¿vale? —me despido dándole un beso en la mejilla y sin ver el rostro de mi tío me adentro
El pánico me asecha, por alguna razón temo a los posibles actos que mi tío haga esta noche, nunca había sentido eso, ni siquiera el día donde sus dedos abusaron de mi pelvis.
—¡Abre la puerta! — lo escucho gritar.
—Espera, estoy en el baño — digo temerosa.
—¡Qué salgas con un carajo! — azota la puerta y el pulso cardiaco de mi cuerpo apresura su paso de manera asombrosa, las piernas me tiemblan, los dientes empiezan a castañearme y mis manos son lo suficientemente torpes para para subirme los pantalones y quitar con rapidez el seguro de la puerta del baño.
—¿Por qué tardaste tanto para llegar a casa? ¿Qué estabas haciendo con ese mequetrefe? —pregunta a gritos con gran ira en los ojos.
—Nada tío, solo conversamos con su madre y cenamos.
— ¡No te creo! Seguramente te lo estabas cogiendo.
— ¡No tío! En verdad — digo con la voz quebrada y el pánico hasta las pestañas
—¿No? Seguramente ese mocoso no lo hizo bien y por eso lo niegas, pero ahorita te voy a enseñar que es ser un hombre y como se trata a una mujer
—No tío, por favor créeme, no pasó nada —suplico
—Te haré gemir de placer.
Entra por completo al baño y me toma de los brazos con dureza, me jala hacia él, intento resistirme, sin embargo su fuerza es por mucho mayor a la mía, toma de mi cintura con brusquedad desabrocha mis pantalones, mete su mano por debajo de mis bragas, el miedo me invade, no sería la primera vez que lo tengo entre piernas, pero las anteriores era un tanto más amable y nunca pasaba de sexo oral y toqueteos por todo mi cuerpo, sin embargo esta vez era diferente.
—No tío, te lo suplico, déjame, prometo embarazarme pronto pero déjame, me embarazaré del que quieras, tus amigos, de él, del que quieras pero déjame — mi martirio me lleva a la súplica, al ruego, pero sin caso alguno.
Sus dedos comienzan a juguetear con mi clítoris, el dolor estalla en mis adentros, no solo físicos, emocionales también, siento sus dedos como dos navajas cortando bistecs y no puedo evitar retorcerme de dolor —me lastimas, suéltame —intento cerrar las piernas y sacar sus manos de mis bragas pero al hacerlo el dolor arrecia y él me sujeta con mayor fuerza — ¿Te gusta verdad? Dime que te gusta ¡dímelo! — Grita cerca de mis oídos —Suéltame —suplico exhausta por el forcejeo.
—Eres mía, y te lo voy a demostrar —me suelta y saca su mano, me siento aliviada por unos instantes, sin embargo la gloria dura poco, pues a mí vista se desabrocha los pantalones, se acerca nuevamente a mí, y en una intención lo bastante estúpida intento salir corriendo, mas consigue tomarme del cabello y nuevamente jalarme hacia él, su agresividad se triplica, deja mi cabello y me toma del cuello para comenzar a besarme, siento como su asquerosa lengua transita desde mis orejas hasta mis senos.
— ¡Ya por favor! —digo entre sollozos, el dolor vuelve, besos, aruñones y su miembro entre mis piernas me hacen estallar de soledad, extraños a mis padres, maldigo a la vida, si ese estúpido accidente no hubiese pasado yo no estaría en esta situación, un sentimiento de odio recorre mi cuerpo mientras que nuevamente el dolor me regresa a la realidad.
—Sí, sé que te está gustando, que quieres más, sí, dímelo, dime que lo quieres, lo anhelabas, dilo—su voz me llena de indignación pero ya no soy capaz de forcejear más ni de emitir palabra alguna, siento sus repugnantes penetraciones pero qué más da, mis padres ya no están para protegerme y Ram, el pobre chico que piensa que sólo he estado con él, se encuentra kilómetros de aquí. Sólo me queda cerrar los ojos hasta que mi agresivo infierno termine…
.
El tiempo me parece una agonía, no sé si es de noche o de día, si sigo viva o ya he muerto de dolor, temo abrir los ojos y verlo junto a mí, no quiero nada, sólo desaparecer, sin embargo, la propugnación y el dolor me obligan a levantarme. Abro los ojos y me percato que estoy en la cama, supongo que se apiado de mí y me orillo a quedar inconsciente.
La habitación parece silenciosa, tranquila, como si nada hubiese pasado y todo hubiera sido un sueño, mas el dolor delataba lo contrario.
Me dirijo al tocador y tomo un frasco de sedantes, lo destapo y contiene únicamente 3 pastillas, busco otro, uno que esté lleno y sin titubear me tomo todas y cada una de las pastillas por manojo, vuelvo a la cama y el tiempo sigue pareciéndome eterno, después de unos minutos o al menos eso me parece, pierdo la conciencia de mí, mi vida, la habitación, del tío y de mi dolor…
— ¡Amor! Despertaste, ¿cómo te sientes? ¿Te duele algo? ¿Sabes quién soy? — pregunta apresurado.
— ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy aquí? Sí, estoy bien, sólo tengo un poco de mareos.
—Estuviste en coma por tres meses, tu tío te encontró tirada en el suelo, con pastillas y cúter en las manos, desangrada y golpes en la cabeza — dice con lágrimas en los ojos.
—No recuerdo nada de eso.
Me percato que me encuentro en un lugar distinto a mi habitación; sábanas blancas cubren parte de mi cuerpo, y una cama sostiene mi cuerpo, parece ser que estoy en un cuarto de algún hospital, veo a mi alrededor, y caigo en cuenta que estoy en el mismo hospital particular en el cual mis padres murieron.
Debería tener cientos de aparatos conectados a mí pero solo tengo un dedal, que alerta mi ritmo cardiaco, tengo dificultades para recordar, incluso temo estar confundiendo a Ram, unas cuantas cicatrices sobre mis muñecas vuelven aún más rara mi situación sin embargo lo único que puedo decir es
—Tengo nauseas, quiero vomitar —le digo con asco — ¿Qué me dieron? ¿Por qué tengo tanto asco?
—Amor, estás embarazada —dice con titubeos.
Con el pasar de los días las dudas surgieron, recordaba que Ram había sido bastante cuidadoso a la hora de intimar así que dudaba a cierta manera mi futuro hijo fuera de él, y algunos recuerdos de mi tío sin pantalones me retorcían la mente.
Mis días continuaron, pronto tuve que volver a la rutina de la universidad, mi noviazgo y casa, los recuerdos cada vez se prolongaban más, hecho que le agregaba información a mi extraño despertar en el hospital.
Algo había cambiado, me sentía vacía, sin valor alguno y pese a tener un bebé en mis entrañas, me sentía más sola que nunca. Ram hacía todo lo posible por hacerme sentir cómoda pero era inútil, comencé a frecuentarlo menos y encerrarme en mi cuarto a dormir por lapsos sorprendentes.
—¿Te pasa algo? —pregunta mi tío mientras subo a mi habitación sin gana alguna después de llegar de la universidad.
—No, sólo ha sido un día pesado —digo intentando huir de él, no comprendo del todo mi temor a sostener una conversación con él, mas subo lo más rápido posible a mi habitación
Llego, me tumbo en la cama y al relajar mi cuerpo, las ganas por ir al baño llegan, acudo a ellas, abro la puerta y al sentarme en el retrete imágenes de mi tío sobre mi invaden mi mente, mi cuerpo se eriza y ahora recuerdo, me violó…
Rompo en llanto por mí, Ram, mis padres y por el niño, con tristeza veo el reflejo de mi rostro situado en el espejo, “¿será de mi tío o de Ram?” me retumba en la mente; un sentimiento de asco explota en mi estómago, me toco el vientre y los escalofríos se sueltan
—Lo siento mamá, yo no quería esto, te lo juro —digo con la vista al techo y enormes lágrimas en los ojos
La culpa me invade, no saber de quién es comienza a hacer estragos, me siento confusa, quiero irme, desaparecer, hacer de cuenta que nada ha pasado… y es lo que me propongo hacer.
Empaco un par de cosas y sin que mi tío se dé cuenta salgo en la madrugada, comienzo a caminar, sin rumbo, sin intenciones, con un enorme vacío en mi ser. Después de unos kilómetros recorridos y ya con el sol sobre mi espalda recibo un mensaje de Ram.
“Amor, te he llamado a tu casa pero me dice tu tío que no estás, que desde ayer no llegas ¿pasa algo? ¿Estás bien? Atiende mis llamadas por favor, estoy preocupado”
Dice el mensaje de texto de Ram, no me toma por sorpresa después de las tantas llamadas que he dejado pasar. Entro a una casa rara con facha de sanatorio mal cuidado. Nuevamente otro mensaje de Ram me aborda después de hablar con una trabajadora de aquí.
—En verdad lo siento —digo viendo al móvil como si fuese él quien estuviere enfrente, las lágrimas bajan lentamente con culpa en su seno pero no puedo echar vuelta atrás ya estoy aquí, ya he pagado, ya he hablado con el médico que amablemente decidió atenderme sin compañía.
Algo de nervios recorre mi cuerpo, he escuchado cientos de historias acerca de estos lugares, por desgracia la mayoría con finales nada gratos pero considero es mi única salvación.
— ¿Está lista señorita? —pregunta una joven mujer de forma amable.
—Sí
—Por favor acuéstese en la cama y tome estás pastillas, en un momento viene el doctor —dice de manera cordial, deposita en mi palma dos pastillas y un vaso de agua. Tomo un respiro y me preparo para ingerirlas, siento como bajan por mi garganta, el corazón me retumba a tal grado de escucharlo hasta los oídos.
—Hola, ¿Blum, cierto?, ¿estás lista para comenzar?, ¿la enfermera te ha traído los sedantes? —dice con voz tranquila el doctor que va entrando por la habitación poniéndose los guantes, es curioso todos parecen ser jóvenes, incluso la señorita que me atendió en a la entrada, calculo no pasa de los 25.
—Sí, estoy lista.
—Perfecto, no tardaremos mucho, sin embargo dejaremos que reposes un rato para evitar conflictos.
—Está bien.
—Abre las piernas por favor y álzalas un poco de tal forma que tus rodillas queden a la altura de mi cabeza.
Lo único que me toca hacer en estos momentos es obedecer, pero algo me causa una mala impresión, pese a no ver con claridad, de reojo, observo tiene un bisturí y pinzas entre los dedos, él suda un poco y creo que las manos le tiemblan, al ver esto algo de miedo me agobia pero ya es tarde.
De pronto un fuerte dolor me ataca, veo levantarse al doctor con las manos llenas de sangre, con el rostro pálido y asustado — ¡Rosa! ¡Rosa! — grita alarmado.
—Sí doctor —acude.
—La he perforado — escucho débilmente, siento como la sangre escurre en mi interior, me debilito con rapidez, mareos y dolores se apoderan de mi cuerpo.
— ¿Qué hacemos doctor?
—Vámonos Rosa, no hay remedio, vámonos ya.
—Pero doctor no podemos dejarla así.
— ¡Déjala! ¡Vámonos Rosa! ¡Déjala ya!
Esto me da la sensación de haberlo vivido con anterioridad pero la debilidad me confunde aún más, con dificultad me levanto de la cama, mis piernas están bañadas de sangre, me toco y el dolor estalla nuevamente, intento dar un paso.
— Ramses…