Por Frida Cartas
Qué joda que ni en los feminismos una pueda ser y estar como se le da la gana o se le hincha el ovario. Esta disputa tonta y en el fondo muy misógina de estar señalando a las que se depilan, se maquillan, cogen con hombres, o son femeninas, bajo la treta del posicionamiento político o la crítica feminista. Y que otras estén siempre llamando feas, gordas y peludas a quienes no les interesa ni depilarse, ni maquillarse, o cualquier otra cosa que sea vista o considerada femenina.
Porque de fondo no es la feminidad lo que ocasiona estas disputas o mal llamadas críticas, es el mismo patriarcado que llevamos en la cabeza, y que nos hace ver a las demás como mal aliadas o alienadas al sistema, heteronormadas, feministas pop, poco deconstruídas, sin autocuestionamiento, blá blá blá…
Y es que quienes hacen estas acusaciones y posicionamientos parece que no han entendido que deconstruir no es dejar de hacer, y que también puede ser resignificar desde otras aristas, reapropiarse para el disfrute o libertad individual.
Pero más aún, ¿con qué calidad moral y ética una feminista se atreve a decirle a otra que está poco deconstruída o es una alienada al sistema? Para juzgarnos y hacernos mierda ya están los hombres, los curas, los mass media, la familia y demás fauna machista.
¿Saben por qué su feminismo de pelos en la axila no es mejor ni más feminismo que el mío de depilación con cera caliente? Porque no es competencia.
Por eso al feminismo no se le nombra en singular y se habla de feminismos. Porque así como existe una gran diversidad de formas de ser mujer o no ser la mujer que el mundo nos dice que seamos, así también existen un montón de maneras de vivir y hacer feminismos.
Y en ese gran abanico de opciones es necesario incluir a todas: a las indígenas, a las niñas, a las trabajadoras sexuales o putas, a las transgénero y transexuales, a las gordas o negras, a las americanas o europeas, a las académicas o a las que ni una escuela han pisado en su vida, a las neurodivergentes, a las tetrapléjicas, a la veganas, a las religiosas, a todas… pero sobre todo hay que incluirlas y aceptarlas como son, sin estar jodiéndoles que hacen mal o hacen poco.
Aceptar a las otras mujeres con todas las diferencias que las enmarcan es profundamente revolucionario porque enfatiza que somos distintas y que SOMOS en medio de un mundo social y patriarcal que insiste en desaparecernos y homogenizarnos a diario por todos los medios posibles.
No necesitamos ser amigas por el simple hecho de ser mujeres o feministas, ni hermanas, ni compañeras, o cacarear de tanta sororidad romántica e idealista, basta con no jodernos y no vernos como rivales o enemigas porque no lo somos, el enemigo es uno y todas lo conocemos, todas lo hemos tenido enfrente causándonos estragos.
Si no quieres incluir a las otras mujeres en tus luchas o trabajos colectivos, no las incluyas, pero deja de agredirlas y despolitizar sus propias luchas y trabajos colectivos. Si una te cae mal o la detestas, asume que eso es tu pedo personal y no colectivices tu propio problema y menos en aras de un apoyo sororal. Porque por ahí no es el asunto y lo sabes muy bien.
Dejar de manipular la consigna “lo personal es político” y dejar de lanzarnos cualquier feministómetro o mujerómetro puede hacer tal vez que nos desatoremos del hoyo en el que hemos caído, o tal vez no, pero por lo menos intentarlo antes de destrozarnos, puede hacer la pauta y el cambio.