Aleks G. Camacho
Curiosamente a Nadia la conocí en Coyoacán, menuda como ella sola, con el cabello desparpajado, una bolsa enorme donde cabía el mundo y sandalias al más mínimo estilo de Cleopatra. Ella estaba ahí, husmeando libros en una tienda departamental que queda justo frente al parque, a lado de la nevería donde después compraríamos un helado de coco. Después de algunas charlas y de no coincidir en Chiapas, habíamos acordado vernos ahí, en ese entonces, su territorio y refugio desde donde escribía sus textos para la prensa local y donde devoraba libros para dictaminarlos y poder pagarse la renta en esa ciudad que fue su cloaca duramente muchos años, la Ciudad de México.
Después del helado fuimos a “El Jarocho”, nos pusimos en la fila para pedir dos chocolates y luego deambular por las calles, husmear tiendas de libros y hablar como los grandes desconocidos que éramos. Así transcurrió el tiempo, libros, letras, anécdotas de viaje, ella había regresado de Chiapas y yo volvía del norte. Ambos, en ese entonces, éramos fugitivos de nuestra tierra y de nosotros mismos.
Dejé a Nadia en Coyoacán y yo tomé el microbús que me regresaría a la Colonia Roma donde afincaba mis ganas de volver a huir. Pasaron muchos meses para volver a coincidir. Cuando sucedió, lo hicimos en Tuxtla, su natal Tuxtla donde se licúan los colores de la tarde y se ven desde el puente de la plaza mientras los transeúntes van y vienen al mismo ritmo de los automovilistas. Su Tuxtla, la ciudad pequeña que le negó muchas cosas o que le puso otras para huir y tener la necesidad de regresar a ella.
En ese tiempo Nadia ya era un referente, había ganado un concurso de cuentos, publicado un libro y tenía la beca más importante para los jóvenes creadores de este país. Además, publicaba dos veces a la semana en un portal llamado Este Sur y la columna Sirenas y Ondinas.
La literatura y el periodismo nos había dado grandes amigos en común que forjaban desde ya una trayectoria dentro del panorama literario, Valeria Valencia, Karen Dianne, Damaris Disner, Cristina Velasco, Luis Daniel Pulido, Antony Flores, Antonio Reyes Quijote, entre tantos otros y todos afincados en Chiapas y que hoy tienen carreras sólidas basadas en el trabajo diario, en el amor por el arte, en la construcción de nuevas rutas que ponen en evidencia lo que se hace en Chiapas.
Nadia constituye un parte aguas dentro de la narrativa chiapaneca, su libro Barcos en Houston es tema de estudio en la cátedra de Narrativa mexicana del siglo XXI impartida en la UAM, su obra ha sido ya objeto de análisis para diferentes tesis, lo mismo que sus cuentos han servido para ejemplificar temas de género en coloquios internacionales.
Algunos críticos comentan que es la escritora más importante que tiene Chiapas y unas de las voces que representan a México en la nueva narrativa latinoamericana. Otros la ubican como la sucesora de la tradición literaria de Rosario Castellanos, lo cierto es que Nadia Villafuerte, es una escritora cuya pasión y disciplina la construyen a diario, lejos de los reflectores locales ella hace un trabajo limpio y cuyo reflejo son las obras que tiene publicada. Hoy, todas agotadas.
Barcos en Houston, un libro extraordinario donde su voz narrativa irrumpe el escenario nacional poniendo por primera vez en evidencia todo lo que ocurre en la frontera sur. Un libro básico para entender los fenómenos sociales del lugar donde termina el país y donde todos los personajes pasan del amor al odio, y de la esperanza a la desesperanza y al desquicio.
¿Te gusta el látex, cielo? Una colección de cuentos que van desde la chica que estudia la universidad y se fuga con su maestro a Cuba, pasando por alguien que va a Texas a comprarse unas botas vaqueras sin vislumbrar su futuro, concluyendo con Glenda, un personaje que al mismo tiempo son dos y que también está en constante fuga. Todos sus personajes nadan en la ambigüedad, en el deseo, en la desesperación y finalmente en el destino azaroso que produce la esperanza fallida.
Su novela Por el lado salvaje, es una construcción ambiciosa de personajes que siempre están en fuga o al borde del precipicio, una especie de puzzle que abruptamente se arma y se destruye, Lía, su protagonista, una muchacha nacida en el mar muerto de Paredón, es la pieza que une mundos e historias, cuya vida, una especie de road movie, sacude cuando dice: El sexo es cuanto me une a la vida. Lo supe desde la infancia. Y yo no tuve infancia. Esa tierra de la que hablan todos, no existió para mí.
Hoy Nadia trabaja su próxima novela mientras va a clases a la Universidad de Nueva York enfundada en minifalda, quizá ya no añore tanto los estilletos que alguna vez se puso a las afueras de Tuxtla y desde donde la vista le supo a iluminación. Después de ir a la universidad, da clases en alguna high school de Queens o El Bronx, mientras se repite una y otra vez: No voy a volver, eso está claro. No voy a darle a mi madre un motivo para que confirme que tenía razón. Desde aquí puedo rozar con mis pies el agua cenagosa. Desde aquí puedo meterme a la postal en la que Lía se sube al taxi rumbo a la central de autobuses y asoma su rostro por la ventanilla. Varada en el muelle, la veo irse. Su ansiedad es absoluta: lo ve todo, y no comprende nada, pero en ese momento no le importa. No hay sombras en el cielo: sólo velocidad.
*Nadia Villafuerte, (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1978). Estudió Periodismo y Música en su natal Chiapas. Es egresada de la escuela de escritores de la SOGEM. Fue becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Ha colaborado para Letras Libres y la Revista de la Universidad Autónoma de México. Es autora de Preludio, Omega Ediciones. Barcos a Houston, Coneculta Chiapas. ¿Todo bien?, Ediciones de el animal. Presidente, por favor, Edaf editores, España. ¿Te gusta el látex, cielo?, Editorial Tierra adentro. Por el lado salvaje, Ediciones B. Se encuentra incluída en la antología México 20. New voices, old traditions (Pushkin Press) cuyo trabajo reúne a las veinte voces más importantes de la narrativa contemporánea.