Por: Victoria Sáenz
Estamos delante de un siglo dubitativo que cuestiona las hegemonías de cualquier índole, social, política, dialéctica o filosófica. Donde la poesía irrumpe avasalladora, contestataria a lo caduco y estereotipado, cuyo discurso es libre, nuevo y marginal. Pues ¿se puede creer en la poesía que no cree? No, la poesía nace a pesar de las circunstancias, de lo real, es metáfora humana, patria y exilio simultáneo.
El poeta no pretende rescatarse a sí mismo, ni a la poesía misma –que es cuerpo y consigna a la vez-, ni a la historia, ni a la revolución del lenguaje poético o la lucha de clases; sí, a un nuevo humanismo, comprometido con un haber fundamental: volver a creer en la humanidad.
Si la palabra, más concisamente el poema, es un tiempo en construcción, como lo augura el poeta chiapaneco Juan Bañuelos, es también un sentir universal desnacionalizado, un visaje por el mundo a todas partes que lleva dentro de sí, la hondura dolorosa del ciudadano material, el desequilibrio del progreso, pero también la sabiduría humilde de la vida o el canto de los hombres que ven en la madurez de la tierra que dejaron, la bastedad de la poesía.
“El sur está en mis lágrimas, mientras la lluvia piensa en mis ausentes. Las alas del más pequeño pájaro se pierden en la boca del viento”, escribió Bañuelos en Puertas del Mundo, “Enero era la lluvia”. Para Juan, la poesía es profética pero no hace falta que revele el porvenir, se trata más bien de revelar algo del eterno presente o del eterno pasado: “(…) Ya nadie falta, una voz de invierno se suspende en el aire como una rama: –La mesa está servida. Arminda, Ernesto, Juan, Jorge y Humberto. Y con la voz del padre se renuevan las hojas lentas del naranjo seco”, pues todos están ahí dice el poeta, sus hermanos, sus recuerdos reunidos por el tiempo.
La poesía nace de las luchas diarias, pero también de la ira y del asombro, se escribe sin medir caminos ni palabras para no tropezar con los mismos siglos y las mismas piedras, “Nosotros nos iremos por los viejos caminos transitados, por las vías a donde desovan los reptiles, por donde se quedó una estrella que olvidó la noche recoger, por el lagar del sueño, por donde el colibrí canta y su canto es liquen que cae, para formar nido en el ojo de un ciego”, porque el Sur sueña dijo Bañuelos en 1982, y nos llevamos un poco de esa tierra dentro: el sabor de las frutas, el color, del verde, de ese sol ofensivo que hay en el trópico. “En mi poesía eso sirve para añorar”.
Porque dentro de sí hay un mundo que habita, es el Sur, que en su telúrico grano le atrajo todas las nocturnidades y el agua callada de los bosques, el habito del vuelo, y la sed de las espigas, pues “heredé de la Selva, el brusco ritmo de tambores, un cayado de lianas y de asombro; una luz de piedra alumbró mi alegría y me desnudó en el tiempo, limpio como la palabra”.