De la serie: «Me trajo la marea: cuentos breves para esperar la noche».
Entre las típicas “mañanitas”, aplausos y porras festejando su cumpleaños, la pequeña Tania sopla las ocho velitas del pastel rodeada por su abuela Mane, su hermano mayor Lalito y sus dos madres: Elvira y Berenice.
Esta vez no pide deseos, su único y eterno anhelo se ha cumplido, o algo mucho mejor. A la vida de Tania no regresó su papá ni llegó otro: una mañana apareció Berenice en la puerta de su casa preguntando por el trabajo para cuidar a la abuelita Mane y, de inmediato se ganó la confianza necesaria para quedarse.
En poco tiempo Elvira encontró en Berenice el apoyo, la compañía y la sororidad que no cabía en nadie más desde que tres años atrás su esposo se largó culpándola de una infelicidad y estrés cotidianos que lo hacían “enloquecer” hasta pegar de gritos o golpear cuanto objeto decorativo se le cruzaba en el camino. Puros pretextos, siempre fue así de violento el muy cobarde.
-“No quiero que pierdas tu ingreso, lo intentamos con el acuerdo de que las tareas se repartan entre toda la familia, pero te seguiré pagando el cuidado de mamá”, le dijo Elvira a Bere cuando dejaron de categorizar erróneamente sus afectos y se dijeron repetidas veces que estaba bien desearse, tenerse cariño y querer compartir los días con sus noches en un mismo hogar.
Tras casi dos años de largas charlas con café y desmemoriados abrazos de despedida cada que terminaba su turno, Bere llegó con Eduardo -su hijo de diez años- a vivir a esa casa en la que por supuesto habría conflictos, tal vez al final de cada mes algunas carencias, manos sudorosas y angustiadas si alguien más enfermaba, pero no habría “junta familiar improvisada” que no terminara en la mejor solución para toda la familia o en miradas llenas de valor y ternura que sostenían el “todo estará bien”.
Tania cumplió hoy ocho años y dejó de llorar por no tener un padre. Ya no se pondrá triste cuando le hagan burla en el colegio porque no llegó su padre al festival ni al ver familias con un papá en los parques. Ahora tiene dos mamás que le prometieron no irse, darle de besos antes de dormir y un enorme abrazo al despertarse.
¡Y qué afortunada!, Tania también juega y aprende de un hermano mayor que la ama, así como de una abuela que la ayudó a cumplir su deseo cuando conoció a Berenice en la tienda de estambres del centro y le apuntó la dirección de la casa donde estaban buscando una cuidadora de adultas mayores.
Ese día de suerte, a la abuela Mane le pareció que una persona como Bere, sólo se encuentra pocas veces, como los arcoíris, alegrando la vida de los que han pasado un buen rato bajo la incesante lluvia.