Noelia Alfaro/Cimac Noticias
¿La paz se firma o se construye? Esa es quizá la gran pregunta que queda tras hacer un repaso por la historia de Guatemala desde la firma definitiva de la paz. Aquella celebración, que tuvo lugar en la última noche de 1996 llenó de esperanza a varias generaciones. “La paz ha sido firmada”, anunciaba el entonces presidente Álvaro Arzú y la Plaza de la Constitución explotaba de júbilo.
“Yo estuve ahí con mi mamá. Incluso vimos la entrega de las armas. La gente se abrazaba, había carteles que hablaban de la paz.
Yo veía a todos muy contentos, pero no entendía bien qué pasaba”, recuerda Elva Cutz, quien entonces tenía cerca de 12 años y aunque creció en Totonicapán, había ido a visitar a su madre que migró a trabajar en la ciudad. Elva es una mujer morena de baja estatura, con un tono de voz alegre como los colores de los huipiles que viste siempre. Nació durante una de las épocas más cruentas del conflicto armado interno de su país, pero su mamá y sus abuelos, se esforzaron mucho para que su infancia estuviera libre de los horrores de la guerra.
No todas las familias tuvieron la oportunidad de ocultar a sus niñas y niños que su país se desangraba. A decenas de miles les alcanzaron las balas y tuvieron como destino final una fosa común, donde el Ejército escondía a las víctimas de las masacres. El Ejército, según la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Naciones Unidas, fue responsable de más del 90 por ciento de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el conflicto, la mayoría de ellos contra poblaciones indígenas mayas.
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