Debo escribir un texto dramático, no un relato y todo porque no puedo quitarme de la mente sus ojos rasgados. Llovía. Traté de disimular mi atracción por su camisa impecable, su pantalón de mezclilla y zapatos casuales. Yo, que desde hace meses vivo en un letargo, me pareció una manera de reconciliarme con mi deseo.
Me hablaba de su novela y a manera de disculpa anticipada, explicaba que los cuentos incluidos en el libro que compré, habían sido escritos en sus inicios de escritura. Yo, realmente quería decirle que no era necesario que hablara, me bastaba verlo conducir.
Pudo ser un contador, abogado o matemático, o tal vez ingeniero. Su profesión le era cómoda para mantener a su familia, para llevar una vida solventada. Era un pretexto para cubrir lo económico y tener en paz su conciencia de responsable proveedor. Yo, pensaba que él realmente quiso ser escritor y todo lo demás eran justificantes.
De los hombres me atrae su olor. De él me gustó su estatura y la frase exacta que dijo cuando opinó sobre mi obra. Siempre que veo una película o leo un cuento que me fascine, pienso: por qué no lo escribí. Él lo dijo y me pareció el halago más honesto. Yo, detendría el tiempo y las personas que estaban alrededor para oírlo de nuevo.
Me imagino que ahora está en su casa de cuento, con su familia elegida y sus historias hormigueándole la cabeza. A veces, conozco a las personas 15 años después que debí hacerlo. Otras tantas, las conozco 20 años antes. Siempre, es como si ellos estuvieran en una dimensión mientras yo me resisto a encontrarlos. Yo, debí contarle que me gustaron sus ojos pequeños y su inteligencia que se asomaba en su voz de señor joven impecable.
Pero me conformé con mirar por la ventana de su auto. La avenida fue un parpadeo que me retaba a pensar que era un hombre soltero. Habló, mientras cambiaba la velocidad. Habló, cuando frenó ante el semáforo en rojo. Habló, cuando iba a cambiar de carril, al descuido. Yo, sólo podía sentirme complacida de tenerlo cerca.
¿Le pediste su teléfono? me dijo el amigo que siempre se le hace más fácil reaccionar al cuerpo que a la mente. Es casado, le dije. Si fuera soltero tampoco sabría qué hacer con sus dedos largos, su aire melancólico y su aplomo de arquitecto, ingeniero o doctor. Yo, que me seduzco de amores platónicos entiendo que éste duró lo exacto para trascenderlo en un escrito y leerlo diez veces antes de publicarlo.