“¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón…”.
Fito Paez
Bichos de luz…
Camino por la Alameda de la Ciudad de México y encuentro en el camino la escultura de Jesús F. Contreras, llamada Malgré Tout, de inmediato pienso en Marité, en Patricia, en Hilda, en Livia, en Julia, en mis amigas, en mí.
La escultura lo dice todo. Una historia sin fin.
Con la hermosura que da la juventud y esos enormes ojos que le iluminan la cara, aunque con un visible rastro de dolor, es la propia Marité la que platica como si no fuera ella la protagonista.
Me escapé con mi novio y me vine con él a vivir a la ciudad, solos, yo apenas si lo conocía pero es que ya no quería la vida de allá. Viviendo juntos lo empecé a querer y como sólo lo tenía a él, pues era todo, porque mi papá no quería saber nada de su hija, de mi, dijo que para ellos yo estaba muerta por haberlos deshonrado. Cuando yo le preguntaba a mi esposo por su familia, hablaba cosas horribles de ellos, y eso a mí me daba un poco de miedo, porque lo hacía como si no tuviera sentimientos.
Al poco tiempo, él era otro, o quizá empezó a ser realmente él. Tomaba, me gritaba y regañaba por todo; bien pronto me empezó a golpear, así como estaba, no le importó que estuviera embarazada.
Yo había conseguido un trabajo y entonces me insultaba preguntándome que con cuantos de la oficina me acostaba; algunas veces llegué golpeada a trabajar y mis compañeras me miraban con pena y tristeza cuando les decía que me había golpeado con la escalera, con el palo de la escoba, con la puerta de la alacena… Fingían que me creían para no avergonzarme más.
Cuando nació la niña las cosas no cambiaron, al contrario, todo empeoró. Casi no se le acercaba a mi niña, mi joya, a la que le puse Rubí, a mí de prostituta no me bajaba.
Cuando la nena tenía cuatro meses le pegó y ahí sí, él me conoció. Me le fui encima y me agarró a golpes como si peleara con un hombre, su puño cerrado se estrelló en mis mejillas una, dos, tres veces. Yo gritaba, lloraba, pero lo quería desaparecer. Me tiró al piso y me arrastró jalándome el cabello.
Ese día por primera vez, pensé en matarlo. Sí, en matarlo, no merecía nada y yo tampoco merecía esa vida a la que parecía estar condenada.
Tenía tanto miedo que casi no dormía pensando que nos iba a agarrar descuidadas, esas noches mi cabeza daba vueltas pensando en la manera más efectiva de acabar con él. Llorando de rabia y de impotencia lo veía tirado en la cama, oía sus ronquidos y deseaba no haberlo conocido nunca.
Estaba atrapada en esa vida y en la idea de terminar para siempre con sus malos tratos.
Una noche, ya decidida, miré a Rubí que dormía en mis brazos. La vi tan serena, tan confiada y segura, respirando conmigo al mismo ritmo, que de repente una luz me hizo pensar qué iba a ser de mi niña conmigo en la cárcel, quién la iba a ver si mi familia ya no me quería.
Al otro día fui a las autoridades, la verdad me dieron valor y me acompañaron a sacar a la niña de ahí. Sentía que me desmayaba del miedo, él estaba ahí con ella, entré, junté las cosas que pude y él me empezó a gritar e insultar, yo no contestaba sólo guardaba cosas en la pañalera, papeles, le quité a la niña y salí.
Fue detrás de mí, pero en la puerta cuando vio que una patrulla me esperaba, se detuvo y no dijo nada. Subí al auto llorando y la mujer policía y la trabajadora social que me aguardaban me felicitaban por mi valentía. A pesar de todo lo había logrado, a pesar de todo había escapado.
Lo que siguió después es igual que renacer.
El sol volvió a salir para Rubí y para mi, en el camino conocí a mucha gente que me apoyó y que nunca me dejó sola, sobre todo un amigo de toda la vida que se mantenía al margen de mi situación para no ocasionarme más problemas.
Ahora estamos juntos, es mi compañero y el padre que la vida reservaba para Rubí.
Se terminó la oscuridad, aunque reconozco que tuve mucha suerte. Cuando recuerdo ese tiempo me duele, nunca lo pensé pero pude haber muerto, la niña pudo morir a manos de ese hombre violento que desapareció como si la tierra se lo hubiera tragado, sólo le pido a Dios que no ande por ahí lastimando a otras mujeres como lo hizo conmigo.
Veo a Malgré Tout y pienso en Marité.
Esa mujer que es Malgré Tout, es ella y es todas las mujeres que tiradas, encadenadas de manos y pies, no están rendidas, levantan la cara y miran hacia delante.
Como la escultura, brillan con el sol y aunque la noche las encuentre encadenadas, a la mañana siguiente siguen luchando, a pesar de todo.