Mi abuelo paterno fue fundador de una iglesia en su querido Copainalá; y por el lado materno la abuela y el abuelo de igual forma acogieron esta religión en la década de los sesenta. Por esta herencia familiar puedo constatar que si bien, la iglesia presbiteriana en sus inicios representó ese aire fresco que se necesitaba ante la rigidez de la institución católica, con el tiempo fue copiando sus vicios, como la verticalidad de sus autoridades y por supuesto el fomento de la misoginia.
Todo esto viene a cuenta por la protesta que realizó hace unos días un grupo en su mayoría jóvenes, en la puerta de la Iglesia Sinaí, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, por las prácticas misóginas de su pastor.
Desafortunadamente, las mujeres no nos vemos reflejadas en las prédicas de los pastores, mucho menos en sus acciones con las que se nos invisibiliza. Ya ni decir el constante bombardeo ideológico, según ellos basado en la Biblia, en donde coloca a la mujer como mero objeto de la casa, quien debe someterse a las órdenes del varón, porque “venimos de su costilla”.
Los pocos avances que se han logrado al interior de la iglesia como lo son el nombramiento de diaconizas, ancianas gobernantes, se han sostenido con pincitas ya que depende si el pastor en turno lo considera un derecho ganado o simplemente una figura inútil.
La agrupación conocida como Sociedad de mujeres, integrado por las mujeres adultas y mayores del templo en cuestión, muchas veces no hace más que repetir las afirmaciones del pastor, ya que es liderado por la esposa de él.
Ya ni hablar del nombramiento de pastoras, en la iglesia presbiteriana no más no cabe esa idea y estamos a años luz de ver a una lideresa de este tipo reconocida en alguna iglesia, al menos acá en Chiapas.
Desafortunadamente se ha sabido de iglesias que solapan entre sus integrantes a hombres violentos con sus esposas hijos e hijas, de hecho, la violencia de género es un problema que no aparece ni por asomo en las prédicas o en las pláticas de pasillo.
Tampoco se aborda el matrimonio igualitario, sino más bien se fomenta la idea de vivir en una burbuja de cristal, donde la base de la sociedad es la familia tradicional, y por supuesto la cabeza que ordena e impone es el padre.
Situaciones como éstas las pude ver de cerca hace 20 años, por lo que me sorprende que hoy, las y los integrantes de una iglesia –a la que es evidente le tienen todo el cariño por haber crecido ahí muchos de ellxs- estén viviendo exactamente las mismas circunstancias.
Entristece también que como respuesta a su inconformidad, – a la que le dieron los procedimientos formales antes de decidir protestar públicamente- hayan encontrado la mano autoritaria que expulsó a todxs lxs inconformes que son más de 20 miembros.
Estos hechos no hacen más que confirmar que el protestantismo en Chiapas no ha hecho más que reproducir la ideología de sometimiento hacia las mujeres que en nada ayuda a la emergencia que a nivel nacional vivimos en la que se asesina a 7 mujeres diariamente.
Es una pena que con sus prácticas en su interior, refuerce la desigualdad entre hombres y mujeres, otorgando de privilegios a los hombres y denostando la labor de las mujeres. Lo que deben recordar los pastores es que al ser salvaguardas de esos valores no hacen más que sostener al patriarcado y por ende, convertir a la iglesia en una de sus principales cómplices.