Imagen retomada de Internet.
Cuando recién ingrese al penal, la cárcel era este pinche lugar a donde veníamos las que en sociedad no supimos comportarnos bajo los valores y conductas establecidos. Conforme pasó el tiempo, cambió esa idea de este lugar. En las iglesias dicen que este es un espacio de sanación y pensé: están locas, cómo puedes sanar en un lugar donde nos minimiza, nos aísla, nos nulifica, porque, como dice una compañera, hasta en el IFE te dan de baja y si no estás en el IFE ¡no existes!
Creo y muchas veces me he planteado que este bendito lugar, como lo nombran las compañeras, en algunos sirve este distanciamiento físico de la vida que teníamos en sociedad porque a la ahora nos adaptamos y poco a poco hemos asimilado y creando nuevas formas de vida y convivencia para sobrevivir, y digo sobrevivir porque este espacio y esta convivencia con diferentes conductas merma nuestro ánimo y nos hace ceder. Aquí hay que tener paciencia y tolerancia, mucha inteligencia para saber elegir entre una vida inútil o una vida productiva al menos para una misma.
Recuerdo a una compañera que decía “Vive la cárcel, no dejes que cárcel te viva”, hoy puedo decir que tenía razón: es vivir la cárcel, aprender de los errores, tener esa capacidad de salir adelante aún en las peores condiciones, puede faltarnos todo menos nuestra propia actitud de responder y seguir luchando por esta vida que por mucho vale la pena ser vivida; esto no es eterno y les digo a mis compañeras: “alguna día saldremos y qué mejor que con una visión más clara de lo que queremos”.
Invito a seguir luchando por mejorar nuestras condiciones de vida como mujeres, porque puedo decirles que la cárcel no es la solución al problema pero sí ayuda para las que no supimos romper las cadenas de la cárcel y vivíamos encerradas afuera; esa lucha interna ente nuestros principios, los del otro y los dela sociedad.