FOTO: RETOMADA DE INTERNET
Cuando lo acusamos de robarse el cadáver él desmintió. La cosa se tornó violenta en contra del velador, quien empezaba a sudar, lo hubiéramos linchado de no ser por un olor a pan que se extendió por el pueblo.
Tío Rumaldo entró a casa, unas sesenta gentes gritamos; ¡Sorpresa! El hombre de 85 años tembló, se nos cayó de la silla de ruedas sobre el piso y no se levantó. Murió de susto el día que le preparamos la fiesta.
“Trabajó desde los tres años como chalán de su mamá en el taller mecánico La Esperanza, luego fue auxiliar de panadero, carpintero, doña Cuquita tamalera… hasta que con sus ahorros fundó la primera panadería en las colonias de por acá. Era nuestro orgullo, venían de otros lugares a comprar sus conchas y bolillos.
Con las ganancias construyó una casa y mantuvo a esposa, suegros y siete hijas. Sus panes eran los mejores, a una cuadra se sentía el aroma a mantequilla. Lo recordaremos siempre”. Leímos en su sepelio.
Don Rumaldo no tomó vacaciones ni en navidad, ni en Todos Santos, con setenta años le insistíamos que cerrara el negocio, que viviera con sus hijas y la verdad es que no habría aceptado de no ser por la caída que le fracturó la cadera y lo obligó a andar en silla de ruedas. El último día que trabajó, nos regaló panes de zanahoria.
-¡Hagamos fiesta!- le insistimos.
-No muy me gusta la fiesta- nos decía.
-Pobre papá, trabajó desde los tres años, no festejaba ni su cumpleaños ni nada- nos lloraban sus dolientes.
-Porque no le gustaban las fiestas- nos decía Esther tocando los cabellos endurecidos previamente con jugo de limón del difunto don Rumaldo, que Dios lo tenga en su Santa Gloria y la Virgen lo guarde.
-No hermanas, pienso que esperaba que nosotras le hiciéramos las fiestas, lo lleváramos de paseo…
-Ya cállense. Murió de un paro cardíaco al entrar en su casa y escuchar; ¡Sorpresa!, hay quien dice escuchó su vocecita; cabronas, aunque la idea fue de Ruth. Lo matamos los que estábamos en la fiesta.
La verdad es que nos santiguamos a esa hora, pedimos perdón a Dios y al difunto. Nomás arrugamos el rostro y desaprobamos con la cabeza, pero se nos fueron metiendo sus ideas, éramos personas respetuosas del ritual litúrgico, pero hubo un trance maléfico a lo largo de la madrugada.
Qué pobre Don Rumaldo a la mejor quería fiesta para que su alma se fuera en paz, decíamos, y al saber cómo quedamos en común acuerdo de exhumarlo en su cabo de año y hacerle una fiesta.
A don Rumaldo lo vestimos con guayabera, pantalón de vestir, cinturón ancho, sombrero vaquero. Contratamos mariachis, preparamos entre todas mole, trago no dimos porque el difunto no tomaba. Al siguiente año don Faustino cooperó con las botellas, a los tres años le hicimos coronación y pastel.
Lo coronamos y le recitamos un pregón. El baile, pura arrechura, nomás el velador del panteón nos decía que aunque don Rumaldo era chambeador era una falta de respeto, un sacrilegio y que nos íbamos a condenar en el infierno por andar profanando tumbas.
Este año la sorpresa fue para nosotros al abrir la tumba vacía. Se nos cayeron las flores de las manos, las lágrimas de los ojos.
-A don Rumaldo no le gustaban las fiestas- nos dijo el velador.
Cuando lo acusamos de robarse el cadáver él desmintió. La cosa se tornó violenta en contra del velador, quien empezaba a sudar tanto que traspasó la playera, lo hubiéramos linchado de no ser por un olor a pan que se extendió por el pueblo.
-Descanse en Paz don Rumaldo, es un mensaje ya vieron, ahora que su alma se liberó de ustedes puede descansar- nos dijo el candelero.
El día entero olió a pan y no encontraron ni al cadáver ni de dónde provenía el olor cada vez era más fuerte porque la panadería que estaba llena de polvo.
Íbamos a pedirle una disculpa al velador pero lo encontramos tieso sobre la tierra negra del panteón.
-¡Ay pobre, era inocente!, ¿y si le hacemos su fiesta?… ya tenemos muerto- gritamos y así continuamos con la tradición.