Por: Constanza Leyva
Para María Luisa Esquivel, por tu llanto por el mundo.
Padres ausentes
Bichos de luz 4
1.- Cada vez que Eva se mira al espejo ve un poco de él: las cejas pobladas, el rizo en la frente, los ojos de miel.
No le basta su propia vida como testimonio de la existencia de su padre, necesita aferrarse a una seña, un gesto, un parecido; algo que le diga que ahí está, que sigue vivo.
Hay fotos: está él abrazándola, tomándola de la mano, queriéndola como sólo él. Está sobre todo, la felicidad.
Los recuerdos de los días juntos la acompañan y la aligeran, cada vez que vuelven le dibujan una sonrisa que borra la tristeza que durante años la acompañó.
Él, orgulloso de Eva, su niña inteligente; ella, gustosa y presumida con su buenas calificaciones siempre, bien portada, obediente, que a su padre no le faltaran motivos de felicidad con ella.
Una y otra vez revive las idas a la escuela, montada en una bicicleta abrazada del cuerpo de su padre, un colchoncito su espalda, el calor, las sonrisas, su mano, así cada día, hasta esa noche de mayo.
En la oscuridad de la calle, al padre sonriente y cariñoso lo espera impaciente la violencia disfrazada de asaltante llevándose las sonrisas y los planes.
En un minuto todo cambió, robándole a Eva la ilusión de entregar a su padre el diploma de aprovechamiento de su primer año de primaria, la posibilidad de aprender a bailar con el mejor hombre del mundo, el derecho de abrazarlo, de llorar en su hombro por una decepción amorosa, de crecer y compartir con él.
Cada vez que Eva se mira al espejo trata de encontrar a su padre en esos ojos, en esos rizos y esas cejas.
Cada vez que Eva se observa lo busca y trata de ahuyentar el último recuerdo que tiene de él, cuando unos brazos cargaron a la pequeña para que lo despidiera cuando yacía dormido dentro de un ataúd.
2.- A Dolores siempre se le dio eso del amor, así que totalmente entregada con quien creyó que era su vida echó a volar una ilusión: tener un hijo con él.
Su pareja, aunque se decía enamorado, no compartía los mismo planes, su vida bohemia y el miedo a la responsabilidad le hacía escabullirse del tema cada vez que podía, era un ser libre, decía de sí mismo.
Muchas decepciones después, en la confundida cabeza de Dolores sólo cabía una certeza: si alguna vez la vida le permitía ser madre no quería hacerlo en la soltería, ella sabía lo que era crecer sin padre.
Dolores se dio cuenta de que no estaba ahí su camino y sin buscar, encontró a un hombre serio y enamorado, aunque en honor a la verdad, era más lo primero que lo segundo.
Ya con un plan de vida en común, llegó el hijo, el amor de Dolores, su razón. Pero como no hay felicidad completa, el hombre serio volvió a lo suyo, cada vez más serio, más callado, más ausente.
¿Ausente? No era lo que Dolores quería para su vida, ni la de su hijo, así que convencida de que siempre se puede volver a empezar, lo hizo.
Muchas decepciones después, Dolores decidió que debía irse con sus ilusiones a otra parte, comenzando por dejar atrás todo lo que su nombre le acarreaba.
Nunca más Dolores.
Ahora intenta una nueva vida, lejos de un padre que no quiso serlo, dando felicidad a su hijo y siendo feliz con cada amanecer que la vida le regala.
En sus nuevos días, Lola no evita sonreír cada vez que escucha su nombre.
3.- Malú no recuerda desde cuándo quiso ser madre, quizá desde niña, cuando abrazaba a sus muñecas o cuando cuidaba a sus hermanos menores.
Como la mayoría de las mujeres, ya adulta se enamoró perdidamente de un hombre, diría ella “no disponible”, porque él tenía a su familia, detalle menor para Malú porque en realidad ella se veía como mamá, pero nunca como esposa.
Para él las cosas fueron sencillas porque Malú no pedía nada, a ella le bastaba la compañía y si era necesario hablar de amor, tampoco era problema, porque ella amaba por los dos.
Como era previsible, pronto llegó un hijo y entonces, la comodidad que él sentía se esfumó, porque en sus planes estaba pasarla bien sin compromisos, esos ya los tenía en su casa, con una esposa y una familia que ignoraban la doble vida que llevaba; en su casa, cumplía con su papel de esposo y padre.
Para Malú, que nunca pidió ni esperó nada, no dejó de ser dolorosa la falta de apego que él mostró con su hijo.
Él por su parte, calmó unos años su conciencia dando unos cuantos pesos de vez en cuando para el hijo de Malú, el pequeño que cuando preguntó por su papá, removió la tristeza en el corazón de su madre, que no hallaba como decirle que su padre moría de terror cada vez que imaginaba que su familia podría descubrirlo con un hijo fuera del matrimonio.
Malú es feliz con el chamaco y aunque parece triste, sonríe a menudo. Le hace gracia que cada día del padre recibe felicitaciones por su doble trabajo.
A ella, que sólo quería ser mamá y que no se vio nunca con un esposo, hay una ocasión al año que le hace dudar de su decisión: el día del padre, cuando tiene que acompañar a su hijo al festival y recibir las preguntas acerca del padre ausente.
Sin embargo, con el paso de los años Malú ha asimilado la situación. Recibe el regalo, las felicitaciones y cada vez se siente menos sola en esa condición, porque igual que en las juntas de padres de familia, en el día del padre son muchas y cada vez más, las mamás que acuden a representar a los padres, que como el de su hijo, no estuvieron disponibles ni para las mujeres que los amaron, ni para los hijos que sólo esperaban de ellos amor.
4.- La ausencia de su padre lo marcó para siempre, ni los esfuerzos de su madre ni el ambiente distinto que encontró cuando fue a la preparatoria y luego a la universidad, le alegraron el alma.
Le dolía su infancia de carencias, de falta de afecto, de silencios prolongados, de una indiferencia permanente; le asustaban los gritos y desfiguros de su padre borracho. Le perseguía la tristeza de su madre haciendo todo para que a él y a sus hermanos no les faltara nada.
Por eso siempre parecía ausente, porque se iba en sus amargos recuerdos, por eso no compartía las risas ni se daba permiso de ilusionarse con nada, siempre como si le debiera algo a alguien, como si decidiendo ser feliz traicionara a otros.
Nunca permitía que nadie fuera a buscarlo a su casa, porque le avergonzaba la miseria en que vivía y la violenta presencia de su padre, ebrio, queriendo ser simpático con los amigos de su hijo.
Cuando entraba en confianza soltaba pequeños comentarios que justificaban su amargura, sentía rencor por quien les había arruinado la vida con su vicio e irresponsabilidad, con su frialdad, con su distancia.
Ya grande, alguna vez tuvo una pelea con su padre cuando éste intentó pegarle a su madre, él se metió y ambos se liaron a golpes. Creció el rencor.
El amor le dio la oportunidad de iniciar una vida distinta y se fue dejando a su familia sin ninguna nostalgia. No les debía nada.
El hijo se convirtió en padre, un papá muy diferente al que él tuvo, estaba convencido y decidido a hacerlo y así fue unos años, muy pocos años.
La enfermedad del padre le cayó encima, la confusión lo invadió y entonces trató en vano de recuperar el tiempo perdido. Su padre partió y él se quedó guardando en el corazón el amor y el rencor, culpándose por lo que no hizo, por lo que no dijo, por haberse ido.
Desde que su padre partió, él ha agregado un dolor a su vida, aunque respecto a la ausencia está en un error.
Cree que su padre se fue, pero en realidad vive en él.
Está ahí en su indiferencia y amargura, de las que ahora, sin saber, dispone para ofrecerlas a su propio hijo.