Se llamaba María Pérez, le decíamos Rosa, por aquello de que le echaran una maldición, así la maldita sería Rosa, no ella.
Bastante mal le fue a sus treinta años; no se casó porque le barrieron los pies cuando tenía once primaveras. Para evitar los malos tratos en la comunidad, las habladas y la vergüenza de su papá quien no logró casarla, llegó a la capital. Por eso y otras situaciones…
Entró al negocio de la venta de flores, cada noche ofrecía rosas a las parejas de enamorados en el Mirador Los Amorosos. Era buena para la venta, salía de las zonas oscuras y cantaba: Llévalo tu flooor, y con tal que se fuera y los dejara amarse bajo los árboles le compraban hasta una docena de rosas.
Se le ocurrió vender flores a esa pareja, él como de cincuenta, ella como de treinta.
-¡Vete de aquí a espantar gente a otra parte!- le dijo el hombre de bigote espeso con aires de superioridad, como si tener la cara quemada fuera pecado.
Tenía mala fortuna como le dije. Otra de las situaciones por las que huyó de su casa fue por prender mal la leña e incendiar un pedazo de su cara, la propiedad de su papá con todo y borregos cimarrones.
Tenía la mitad de la cara quemada, y para no ofender a la gente con sus cicatrices vendía de noche y en zonas oscuras, pero el ladino bigotón se pasó de majadero y Rosa le contestó, le tiró las flores en la cara.
Se pararon, hombre y mujer para espantarla, ella con tacones altos se dobló el pie y cayó por el barranco, mientras el bigotón corría para detenerla:
-¡Rosa, detente, agárrate del piso!- gritó el hombre, mi amiga y yo nos vimos asombradas.
Se llamaba María Pérez Santis, le decíamos Rosa Pérez Santis, desde aquel incidente le decimos Margarita, vaya usted a saber en dónde vende sus flores, pero yo no la volví a ver. Le aseguro no fue su culpa que la señora Rosa se desgraciara, esto es cosa de maldiciones y mala suerte.
La envidia mata
Adelfa engalana el hogar, la calle, la colonia… con su belleza, piensan los competitivos vecinos quienes desean ganar el concurso a como dé lugar.
Su envidia es grande al ver sus colores blanco y magenta, o cuando las personas dicen en voz alta:
-¡Qué hermosa!
Con tal de acabar con la popularidad de la flor, arrojan una colilla de cigarro y arde el jardín y también Adelfa y su combustión intoxica a los vecinos resentidos, quienes sólo tienen orquídeas, silenes y dalias, pero no adelfas y desconocen es mortalmente tóxica. Ahora no solo mueren de envidia si no de intoxicación.