¿Es acaso usted un recuerdo de media noche?
O la luna de otoño alumbrando el camino,
después de un día de lluvia.
Sepa bien que el roce de su piel despierta en mí
sublime emoción al reconocer que en otra vida,
en otro instante, usted fundió en mí su ser.
Ayer cocinamos juntos. Algo distinto, algo raro quizás. Ayer te hablé de las cosas que me hacen volar, mis cápsulas de la felicidad. De cómo nos podemos perder en este universo, de aquello me hace frágil.
Te acercaste y me sonreías mientras el calor de la estufa casi cocina mis entrañas, el mismo calor que provoca sostener tu mano, mientras caminamos por horas en las calles de esta ciudad un poco contaminada. Contaminada de malos pensamientos, de malas actitudes, de violencia e indiferencia ante el sufrimiento ajeno.
Te he hablado de mis ganas de viajar y de hacer castillos con palitos de madera, ¿Te suena tonto? Bueno, en ocasiones mi discurso llega hacer un poco torcido. Has llegado como vientos de otoño, esos que se van haciendo presente poco a poco, van rosando tu piel suavemente, se cuelan entre tus dedos, y tienes ansias de poder sostener tan solo un poco de esa emoción que incrusta en tu ser.
Hasta las canciones dicen “amor de verano”, pero bueno también llegan en otoño, inesperados, un poco violentos en la forma en la que se hacen presente en tu vida, como temblor del 68, generar destrozos de malos recuerdos, y entonces comenzamos con las modificaciones, te animas a sacar aquellos escombros de amores pasados, y remodelamos todo con nuevo color.
Los poetas hablan de noches eternas, de lunas gordas y llenas de luz, que se cuelan por la ventana, bañan tu piel, abrigan tu alma. Yo digo que también las noches se van en suspiros, en besos pequeños.
Ayer cocinamos juntos… cocinamos recuerdos.