Por Ernesto Aroche Aguilar
Lado B*
Cada persona recibía 50 tepapayecos, si era una familia de cinco integrantes entonces tenían derecho a 250. Después del sismo del 19 de septiembre de 2017, las mujeres de Tepapayeca, Puebla, crearon ese sistema para enfrentar la emergencia y garantizar un reparto equitativo de la ayuda humanitaria que llegó a esta comunidad enclavada en la región de la mixteca poblana.
Con la creación del Tepapasúper, se buscó una forma de repartir alimentos y productos de higiene, pero el sistema también funcionó para intercambiar la entrega de víveres por trabajo comunitario e involucrar a los habitantes de la zona en la recuperación tras el sismo.
Una experiencia que duró casi dos meses… hasta que los intereses políticos rompieron la cohesión social y debilitaron a la comunidad.
Un albergue sin autoridades
Cuando Gabriela Bejarano, integrante de la colectiva Mujeres de la Tierra y el Sol, llegó a Tepapayeca horas después del sismo del 19 de septiembre, se encontró con un pueblo roto: casas colapsadas, viviendas cruzadas por grietas imposibles de reparar y la iglesia del pueblo desmoronada, como si estuviera hecha de mazapán.
Dos años después, su voz todavía se quiebra cuando recuerda que la casa comunitaria de las mujeres, el espacio que se usaba para talleres y desarrollo de productos agroalimentarios, quedó hecha trizas; o lo que sintió cuando encontró a Miguel, un pequeño de 8 años que intentaba remover los escombros de su hogar.
En el jardín de la comunidad también se encontró con mujeres que ya habían alistado sus anafres y preparaban comida para quienes estaban de guardia frente a la iglesia, vigilantes ante posibles robos, pero que también se habían quedado sin vivienda y esperaban ahí por ayuda.
“Cuando vi eso —cuenta Gabriela— fui con el presidente de la comunidad y le dije: Oiga, ¿cómo es posible que no se haya habilitado un albergue?”
“No hay dinero ni para una botella de agua, todo nos lo gastamos en las fiestas patrias. Y no nos corresponde a nosotros, está fuera de nuestras manos hacer algo. Si quieren hacer algo ustedes adelante, pero asumen toda la responsabilidad”, cuenta Gabriela sobre la respuesta que recibió.
Entonces decidió poner manos a la obra y con Cecilia Torres Molina, Guadalupe León y otras mujeres que forman parte de la colectiva Mujeres de la Tierra y el Sol, tomaron la escuela primaria y habilitaron un albergue y la cocina comunitaria con la que finalmente impulsarían el rescate de la región. De inmediato empezó a llegar la ayuda, entre ella, el apoyo de migrantes de la zona, pues la región de la mixteca poblana tiene una larga tradición migrante.
Para compartir el trabajo y las responsabilidades tanto en la repartición de víveres como en los trabajos de rescate y reconstrucción, las mujeres de Tepapayeca decidieron que las decisiones se tomarían en colectivo, mediante asambleas comunitarias: una de las primeras, que el albergue sería de la comunidad.
La consigna fue clara: ni DIF, ni partidos políticos, ni el Ejército, ni cualquier otra institución gubernamental tomaría el control del albergue.
Nace el Tepapasúper
Ya organizados, a finales de septiembre se realizó una asamblea en la que se decidió crear una tiendita comunitaria para distribuir la ayuda humanitaria. Llevaría el nombre de Tepapasúper.
“Se decidió colectivamente que no se llevarían despensas de casa en casa, sino que se acopiaría todo en el albergue y se entregaría a todas las familias a través de un sistema que permitiera un reparto equitativo”, explica Gabriela Bejarano.
En esa asamblea también se decidió que el Tepapasúper sería para todos los habitantes del pueblo, tuvieran o no daño en sus viviendas porque al final, se acordó, el sismo los había impactado de una u otra forma.
Entonces se levantó un registro de todos los habitantes de la comunidad, se diseñó una tarjeta y se repartió considerando que a cada persona le tocarían 50 tepapayecos para su despensa semanal. Después, a los víveres se les asignó ‘un precio’ en la moneda simbólica recién creada.
“Y con esos tepapayecos la gente podía llevar lo necesario, —cuenta Cecilia Torres Molina, vocera del albergue durante la emergencia de los sismos—. Lo que más llegaba era atún, arroz, frijol, sopas Maruchan también llegaban, y mucho, que luego ya ni nos las queríamos comer, pero no había de otra. Y el aceite, ese llegaba muy escaso, y le dábamos un valor más alto”.
Y agrega Gabriela: “Teníamos como reglas muy específicas de canje, había cosas que estaban limitadas. O sea no puedes cambiar todos tus tepapayecos por frijoles, los productos de la canasta básica tenían un límite”.
El Tepapasúper se ubicó al interior del albergue, en el aula más grande de la escuela y era atendido por la propia comunidad. Se establecieron dos días para su operación y se dividió al pueblo en dos grupos.
Así, el primer grupo intercambiaba sus tepapayecos por víveres y eran atendidos por el otro grupo, que hacía las cuentas, inventario y resurtía el Tepapasúper. Y al día siguiente era al revés, cambiaban de rol.
A los pocos días, la noticia de que el Tepapasúper estaba operando comenzó a difundirse, aunque no siempre de la mejor manera.
“Empezaron a correr el rumor de que estábamos lucrando con los víveres y que los estábamos vendiendo por pesos, como que no entendieron la idea de los tepapayecos, que no había dinero de por medio. Entonces llegaron las autoridades municipales, con quienes nos habíamos peleado, y nos dijeron: ya nos enteramos que están vendiendo los víveres y que ya hasta abrieron un supermercado, no tienen vergüenza, y le están poniendo precio a los víveres”, cuenta Gabriela.
Las mujeres llevaron a las autoridades municipales al Tepapasúper y les explicaron que todo se repartía sin costo alguno, que los tepapayecos era una medida para que la distribución fuera equitativa y se trataba de una moneda simbólica, “y pues ya se calló y no dijo nada”.
El diablo mete la cola…
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