Cynthia Híjar Juárez/Cimacnoticias
Foto: César Martínez López
Llegamos de nuevo al 8 de marzo. Una vez más, las rosas rojas cubrirán los escritorios de las mujeres que trabajan en oficinas, los medios de comunicación harán despliegues de sensiblería ignorante en torno a “La mujer” y en la radio sonará ese himno del mansplaining que canta “si yo fuera mujer, si fuera mujer…”. Como cada año, el mundo se desquiciará en debates en torno a la igualdad y el backlash antifeminista hará gala de sus prejuicios violentos.
Las luchas de las mujeres por mejores condiciones y una posición igualitaria en la sociedad tienen momentos históricos específicos, coyunturas donde mujeres organizadas en diversos países lograron conseguir derechos para sí mismas y para quienes habitamos el mundo ahora. Teorizaron sobre ello, hicieron política. La conmemoración del 8 de marzo se inscribe en esta genealogía y sin embargo, la crítica propuesta por el pensamiento feminista siempre corre el riesgo de ser utilizada por la ideología dominante para perpetuarse.
Los ejemplos van del machismo progresista a los discursos neoliberales de un supuesto feminismo que brilla por ser blanquizado o burgués.
Dicho lo anterior, aclaro que mi opinión no tratará de juzgar qué mujeres pueden o no ser feministas o cómo deberían manifestarlo. Sostengo que cuando hablamos de lo personal-político no hacemos apología de los chismes ni situamos nuestras opiniones personales sobre otras mujeres como argumentos políticos; decir que lo personal es político es asumir una praxis, feminista y dialógica, que nos libere también de las opresiones que vivimos en la esfera de lo privado.
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