Por Frida Cartas
Antes de que lean este texto me gustaría aclarar algunas cosas que voy a poner así bien esquemáticamente en puntos:
1) De inicio el nombre mismo (embarazo adolescente) tiene que dejar de hablar como un hecho que le sucede sepa a quién, y comenzar a nombrarlo correctamente, es decir, embarazo en las adolescentes, porque sucede a mujeres, a las mujeres. Y desde ahí tiene ya una estructura de violencia específica y fundamental.
2) No estoy negando aquí la problemática del embarazo en las adolescentes, sino que estoy tratando de argumentar que no es una problemática homogénea, como parecen decirnos siempre con toda política pública para “trabajar el tema”, y como hacen también un montón de activismos que gustan de quedar bien con las instituciones y gobiernos.
3) No estoy invalidando ningún trabajo de las feministas avocadas a la problemática. Sino que estoy comentando algo que parece que no les gusta ver: otras realidades, otras interseccionalidades.
4) No quiero botar ni desacreditar ningún estudio e investigación sobre el daño parcial en la salud sexual y psicoemocional de las mujeres adolescentes, en este desarrollo integral que deberían tener, por vivir un embarazo adolescente, un parto, y una crianza haciendo maternidad desde jóvenes.
Así que acá voy…
Desde hace un tiempo circula en el activismo feminista y el activismo pro Derechos Sexuales y Reproductivos, tanto en redes sociales como en distintos espacios públicos, la consigna #NiñasNoMadres.
No sé con exactitud qué tanto tiempo lleva por ahí, pero recuerdo que desde que vi y oí por primera vez algo me hizo ruido. Hoy por fin lo quise poner por escrito.
Entiendo que #NiñasNoMadres sirve para señalar la violencia sexual que recae sobre las niñas, primero en referencia a la violación donde quedan embarazadas y segunda al negárseles el aborto producto de ese atentado sexual, imponiéndoles con ello una maternidad forzada, mermando así su salud integral y jodiéndoles pues, la vida. Yo me uno a esa defensa, respeto y garantías sobre el cuerpo y la sexualidad de las niñas.
Pero no puedo callar en ese panorama la generalidad adultocéntrica, capacitista, clasista, y el gran olvido en relación a los distintos contextos y particularidades de cada niña que no tiene 21 y por ende no es “adulta”.
Ah, porque con esa consigna de #NiñasNoMadres también incluyen a las adolescentes de 15, 14, y hasta 17 años, pues mientras no sea “mayor de edad”, seguirá siendo una niña. Y es en relación con este sector de 14, 15 y hasta 17 años, que planteo las preguntas.
¿No hay ninguna adolescente que haya querido tener sexo con su novio, sin el atentado sexual de la violación? ¿No hay ninguna que decida (a su manera) parir (cuando se entera del embarazo) y hasta vivir con su enamorado?[1] Porque si decimos que no, entonces las estamos minimizando y considerando incapaces para decidir (lo que sea que decidan). Aunque no nos guste nada eso que decidan porque “queremos lo mejor para ellas”. Recuerdo a mi hermana a los 17 años queriendo tener ya una familia con su pareja. Y recuerdo a un par de amigas suyas que a los 15 ya habían tenido un parto sin parejas. Mi hermana nació en 1994, no es de las generaciones “pasadas” donde había poca información y “no se tenían oportunidades”. ¿Por qué creemos que una decisión tomada a los 17, desde la perspectiva de vida que se tiene a esa edad, por muy normativa que sea, es menos válida que una tomada a los 33? ¿A poco a los 30 cuando ya tienes una licenciatura o tal vez doctorado, pero sigues sin empleo formal o acorde a tus estudios, o tienes uno pero con gran brecha salarial, ya eres capaz de tener un embarazo o hacer maternidad, a diferencia de una adolescente?
Generalidad adultocéntrica porque bajo estas ideas queremos seguir pensando por ellas, no las consideramos sujetas sociales para desear o elegir, o pensar. Ojo, tutelar aún con feminismo es paternalista. Capacitista porque en el fondo seguimos resonando al interior “que no están preparadas”, y somos nosotras las adultas, y pero aún las “especialistas del tema”, quienes les vamos a enseñar o decir qué hacer “por su bien”; salvarlas pues. Clasista porque si además esa adolescente que quiere vivir con el novio y llevar a término su embarazo adolescente, es pobre, rematamos diciendo que “no tienen con qué mantener una familia” o ella en específico, con qué “hacer maternidad”. ¿Cómo si hubiera una edad requerida e ideal, un fideicomiso, o una escuela para hacer maternidad, no? ¿Cómo si se tuviera que acreditar-aprobar, cual examen-graduación si pueden o no llevarla a cabo? Las pobres además no deberían reproducirse, porque son pobres, “no tienen los recursos”, ¿cierto? Los sórdidos pensamientos de mucha gente adulta y metida en estos trabajos de prevención y políticas públicas sobre el embarazo en las adolescentes. Penosa pero verídica situación.
¿Qué me dicen de las pomposas campañas de prevención que versan cosas como “es mejor ir a París que cambiar pañales, cuida tu vida”? ¿Que acaso en París no venden pañales? ¿Por qué no se puede tener un hijo siendo adolescente y viajar al mismo tiempo, o después, a París? ¿Todas quieren ir a París? ¿Todas quieren parir? ¿Ninguna debería parir? Más aún, ¿por qué un embarazo adolescente tendría que ser siempre una fatalidad (tal como lo remarcan, subliminal y no tan subliminalmente, tanta prevención, campañas y medidas donde abordan el embarazo en las adolescentes)? ¿Por qué el embarazo adolescente tendría que ser lo peor que puede pasar y arruinar entonces vidas (así en plural)? ¿Quién trabaja por la falta de cupos laborales y académicos para las mujeres que deciden hacer maternidad, independientemente de su edad? ¿Qué política pública, institución, ONG, AC o grupo asistencialista recoge información del padre, o indaga si es un embarazo planeado o deseado, si en la decisión de continuarlo hubo presión o es sólo suya? ¿Se les habla del derecho humano al aborto? ¿Por qué la sociedad y los contextos de la adolescente cuando ella decide parir y conservar al hijo, le dejan sólo a ella la responsabilidad exclusiva de cuidar, maternar y mantener ese bebé, como si no hubiera otra parte o partes a cargo, el Estado (ella en tanto ciudadana) o el padre del bebé, por ejemplo?
Y es que, es bien chistoso que hablemos de cuidados sobre mujeres adolescentes, es decir, mujeres que no tienen un INE con 18 o 22 años marcados en un documento, tratando de crear muchas medidas y programas para esos cuidados, pero luego seamos partícipes del linchamiento social, escarnio y culpabilización sobre ellas pues “porque no hicieron caso y se les dijo”. ¿Por un lado queremos cuidarles la salud sexual y emocional, pero por otro se las jodemos cuando las volvemos a señalar cuando no hacen lo que les estamos diciendo o cómo? Pregunto muy honestamente.
¿Por qué se espera que una vez acercando la información de métodos anticonceptivos, y además con un maravilloso discurso de Derechos Sexuales y Reproductivos, ellas por consiguiente no tengan embarazos ni partos, y todas sean ingenieras, con doctorados, hablen 4 idiomas y viajen a París? ¿No acaso los Derechos Sexuales y Reproductivos incluyen también la determinación y autonomía de ellas mismas para desear, querer, hacer, decidir, elegir, parir, o continuar un embarazo? En serio, muy en serio, lo pregunto.
Parece que muy a regañadientes aceptamos que “las menores de edad” (así como desinformadamente las mencionan) cojan, inicien vida sexual activa, peeeeeero, “entonces que se cuiden”. Y con estas ideas, no nos quitamos de fondo y de ninguna forma esta moral tan educada y normal que conlleva pensar, juzgar y culpar sórdidamente a las otras, sobre todo a las otras, las otras mujeres. Y eso es feo. Y misógino.
En muchas comunidades de pequeños municipios dentro de estados con amplia población indígena, las familias inician así, con parejas jóvenes, con mujeres haciendo maternidad o siendo madres muy jóvenes, hasta de 16 o 17 años. También sucede así en zonas rezagadas o hacinadas dentro de las mismas megalópolis o ciudades muy urbanizadas y llenas de harta cultura. Pero no vayamos tan lejos, ¿en cuántas de nosotras las mismas feministas (me incluyo), nuestras madres o tías, o muchas conocidas de nuestras madres o tías, no fueron mamás muy jóvenes o en la adolescencia? Insistir en una sola verdad o una sola realidad, con este naipe en la mano de la política pública o medida chingona, o campaña ingeniosa, en que no, no y no, las mujeres no pueden, no deben, no tienen qué parir siendo jóvenes, sólo porque “mi trabajo en el tema” o mi aportación ultra-documentada “así lo arroja en datos o información”, perdón, pero es un pensamiento y una praxis derechohumanista muy sesgada, y repito, clasista, capacitista, adultocéntrica, elitista, y que olvida o parece no querer ver las realidades múltiples, los amplios contextos, las diversas formas de vida que escapan a los informes de co-inversión, y por supuesto, las interseccionalidades.
Y es también un pensamiento y praxis que desprecia, olvida, desagradece y esconde que nuestras madres a pesar de todo hicieron un gran trabajo con nosotras, así, siendo muy jóvenes o incluso adolescentes. Y eso, dentro de los derechos humanos en favor de las mujeres, es incongruente y minimiza, va de nuevo, a otras mujeres.
Y ya por último, es negar también que en muchas zonas de México, cuando las madres mueren (o salen a trabajar) por la vulnerabilización en la que viven, son las niñas y adolescentes las que se quedan haciendo maternidad para los hermanos más pequeños, sin haber tenido siquiera partos o embarazos adolescentes, por lo que es verdad que la maternidad joven o no, es una chinga, pero no por cuestión de edad, sino por la raíz del problema que es la (fakin) razón de género, inserta en un mundo global que desprecia y violenta a las mujeres, sus cuerpos y vidas, a diario.
Quede claro pues, que no estoy mandando a la chingada el trabajo que se hace o se ha hecho en relación con el embarazo en las adolescentes y por consiguiente con la maternidad joven, sino que repito, no es homogéneo ni de coña, no pertenece a un modelo lineal y uniforme ni siquiera en pos del activismo. No podemos como activistas pretender que haya un diseño y las cosas sucedan dentro de ese diseño. Empezar por dejar de pensar que esto “está bien”, y aquello “está mal, puede ser un gran principio. Los embarazos en las adolescentes suceden, las mujeres adolescentes (que mágicamente pasan de 17 años 364 días a 18 años y ya son adultas y grandes) tienen sexo, usan o no condón, toman o no pastillas, se embarazan y no lo desean, no lo planean pero quieren llevarlo a término… sucede, pasa. Y aunque no nos guste, está ahí. Prohibírselos o lincharlas aún con un discurso políticamente correcto, no es la solución ni medida.
Yo como activista de Derechos Sexuales y Reproductivos no puedo hacer más que acercar la información, tratar de construir herramientas de autonomía sexual en colectividad, generar métodos de aprendizaje y escucha en redes, en alianzas, hablar de que un embarazo no es igual a parto y acercar la opción e información segura de un aborto… pero no voy a empoderar a ninguna, porque de hecho nadie empodera a nadie, mucho menos el Estado, las instituciones, las AC’s o las políticas públicas, porque el proceso de empoderamiento es personal, es individual, no se impone, no se forza, no se sujeta ni se condiciona, sorry not sorry.
Finalmente, un trabajo en relación a la prevención del embarazo en las dolescentes, y el trabajo en general sobre DSyR y hacer maternidad, necesita respetar aún lo que considere que “no debería pasar”.
[1] Desde luego que también existe la coerción sexual de las parejas masculinas, y un azote por parte de la sociedad y los contextos de la adolescente: desvalorización, nulidad social, presión. Sí, sí, no lo estoy omitiendo.