Por Frida Cartas
Si coincidimos en que la información es poder, partamos entonces desde ahí y preguntémonos muy honestamente: ¿qué información quedó después de todo este caso mediático del aborto en Argentina? Concretamente, ¿qué información les quedó a las demás mujeres, que son a quienes deberíamos acercar herramientas y poder, en tanto activistas y feministas que nos enunciamos?
Porque como sucede siempre, no sólo en Argentina, cuando se entra en el juego del Estado y el “vamos a debatir, dame argumentos y trata de convencerme para que te apruebe leyes”, se crea un enfrascamiento y un alegato tal, que lo que único que dejó, al menos a través de redes sociales y medios electrónicos, a la parte femenina de la ciudadanía, fue la fatalidad y muerte: ¡Mil ocho mil pibas murieron por no tener un aborto dentro del hospital, cientos y cientos se desangraron, la violaron y no pudo abortar!
Pero aún tras el fallo desfavorable para las mujeres, por parte del senado, la marea verde sigue instalada en lo mismo, fatalidad, delito y muerte (que repito no es exclusivo de Argentina, sucede constantemente en varios países): ¡aborto clandestino, aborto ilegal, aborto inseguro! No dejan de nombrarlo así, de llamarlo así, de señalarlo con estos adjetivos que lejos de sentar poder en la información, contribuyen al clima y terror psicosocial del delito, la tragedia, la muerte, y el: “algo estás haciendo mal, mujer”. Porque se nos olvida fácilmente que con el uso de las palabras y la reproducción cotidiana de un lenguaje tan sesgado y misógino como el que vivimos, el doble filo de las formas de nombrar, puede herirnos y cortarnos a nosotras mismas y por partida doble. Verán.
No estoy negando el hecho de que efectivamente han muerto muchas mujeres a lo largo de la historia, por tratar de llevar a cabo un aborto por ellas mismas y fuera del hospital, pero sucede que no es el hecho de intentar hacerse un aborto en sí lo que las ha conducido a la muerte, sino la falta de acompañamiento, y de información sobre un protocolo científico y adecuado (que los hay), que le especifique sobre cómo monitorear una hemorragia antes de que pueda ocurrir y cómo actuar si llega, sobre cómo menguar o reducir el dolor y las incomodidades del proceso a realizar, el estar alerta de los síntomas principales y secundarios, aplicar correctamente la dosis y vía de medicamento, etcétera.
Y es que cuando al aborto le ponen el mote de ilegal, le están diciendo a las demás mujeres (tal vez sin querer pero así sucede) que un aborto fuera del hospital es por consiguiente un delito. Cuando no lo es. El aborto es ante todo un derecho humano de las mujeres, anclado específicamente en sus derechos sexuales y reproductivos. Es, dicho sea de paso, el empoderamiento de su cuerpo, la generación y ejercicio de autonomía sexual, es autogestión y resistencia ante todo un sistema que no la quiere, que la desprecia y le dará lo mismo verla muerta por ser precisamente un sistema misógino.
Cuando dicen aborto inseguro le están diciendo a las demás mujeres que un aborto dentro del hospital es por lo tanto lo único seguro. Y en casa desde luego no. Cuando en el hospital es más cómodo claro, y en menor tiempo, pero seguro también puede ser en nuestro hogar, como se ha hecho ya por muchos años con el acompañamiento de mujeres activistas o feministas, o que sin serlo, tienen el poder de la información, conocen el protocolo adecuado y científico.
Cuando dicen aborto clandestino le están diciendo a las demás mujeres que esconderse es malo, que algo malo están haciendo, cuando puede ser una forma de autocuidado, de que efectivamente, dado el mundo de mierda, machista y misógino que vivimos, esconderse es una acción de seguridad para ellas mismas. No es algo de lo cual avergonzarse sino protegerse, cuidarse.
Cuando dicen “si fuiste violada tienes derecho a abortar”, se nos olvida completar la frase y ponerle: Y si no, también. Porque efectivamente todas las mujeres que no deseen, quieran o elijan, continuar un embarazo, pueden ponerle fin llevando a cabo un aborto. Tienen el derecho de hacerlo. Los derechos sexuales y reproductivos ya los tenemos, por el sólo hecho de haber nacido y crecido, y habitar este mundo social, ser parte de la sociedad, ya los tenemos, son nuestros. El que el Estado y las instituciones creen políticas públicas o hagan leyes no determina que “nos los den en ese momento”, ¡esos derechos ya estaban! Están específicamente desde 1994 tras la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo, realizada en el Cairo, donde se reconocieron y hasta se ratificaron con las firmas de los países. De modo que ya que los tenemos, hasta en acuerdos y tratados internacionales, hay muchas maneras de ejercerlos y llevarlos a cabo, el Estado y sus leyes no son la única manera de ejercerlos, ni el hospital es la única vía. Esa información es la que se necesita hacerles llegar y difundir permanentemente a las mujeres que no están empapadas de feminismo, de teoría de género, o que no tienen conocimiento de los derechos sexuales y reproductivos, esa es la información que se necesita hacerles llegar para acercarles poder y herramientas.
Cuando dicen “anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”, omiten explicar que los anticonceptivos son tóxicos para el cuerpo de las mujeres, no se pueden tomar por autoreceta y a la ligera, y que además ni uno es cien por ciento seguro para evitar un embarazo, aunque pueden prevenirlo con un porcentaje alto, claro está. Y eso de “aborto legal para no morir”, es decirles, “aborto dentro de un hospital porque en casa te vas a morir, eh”. Y queridas, feministas y activistas, es muy feo sesgar la información por apostarle a una consigna progresista que nos hará quedar bien ante los medios, pero con el resto de las mujeres que no tienen todo este conocimiento e información, sólo nos generará deuda. Y como si en el hospital no muriera nadie, porque ahí quien cruza la puerta se salva como “en el cielo”. No, por favor, no mamen compañeras. Lo digo con cariño. En el hospital también muere gente por cualquier complicación y de cualquier cosa, no sólo hablando de interrupción voluntaria.
Hasta Aministía Internacional Argentina pagó una inserción en prensa con la imagen de un gancho, cuando sabe perfectamente que aborto en casa no es hoy día sinónimo de gancho, porque por fortuna en las últimas décadas la información de aborto seguro con misoprostol, sucede y se acompaña. Ya no están solas, no tiene que estarlo. Podemos acercar el poder de la información, y acompañarlas en el proceso.
De modo pues, que toda la indignación de la marea verde, que además se contagió pasando fronteras, fue potente, pero se enfrascó en usar los mismos datos de siempre sobre fatalidad y muerte, o poner en alto lo casos de dolo, abuso y sufrimiento, que entiendo son parte de estos debates a los que te atienes cuando entras al juego del Estado y el querer cambiar las miserias culturales de la sociedad. Pero y, el ultimátum de que al Estado sólo le quedaba acompañar mediante la salud pública y nada más, porque el aborto de igual forma seguirá ocurriendo una vez que la mujer decida, ¿qué? ¿Dónde quedó? ¿Por qué no lo gritamos al mismo tiempo con los datos y estadísticas complementarias?
Toda esta indignación de la marea verde se enfrascó en alegar y alegar con gente cerrada y machista, con procigotos y antiderechos, sintiendo que hacíamos redes porque nos hallábamos a otras mujeres en Twitter o Facebook que apoyaban el aborto, con la misma tónica que nosotras, y a los contrarios los llenábamos juntas de memes o de explicaciones como si fueran a entender un carajo. ¿Pero qué información les quedó al resto de las mujeres, como la vecina, la señora que va a nuestro lado en el transporte público, a mi mamá y sus amigas mayores, a la compañera del trabajo o en la escuela?
Pienso muy sinceramente y sin intención ni ánimo de minimizar ninguna lucha o trabajo de feministas y activistas, que perdemos fácilmente la brújula y desbalanceamos cabronamente la báscula, contribuyendo un chingo a este clima de fatalidad, delito, muerte y terror psicosocial, cuando podemos estar también permanentemente, diciéndole al mundo, al mismo tiempo, que el aborto, más allá de los adjetivos, es un derecho ya ganado, que no se pelea por él, sino que se presiona al Estado para que nos den garantías, nada más. Y que el Estado, los congresos y las leyes, lo único que pueden hacer ante ese derecho es acompañarlo con la salud pública; que si no lo hacen son cómplice de la misoginia y el machismo, que con ley o sin ley, nada detiene la decisión de una mujer por llevarlo a cabo. Gritárselos en la cara.
¿Cuándo hicimos ésto, cuándo se los dijimos, cuando se lo gritamos en tanta marcha? Nos subimos al barco y nos dejamos llevar por el viento de la euforia. Teníamos los reflectores y ojos del mundo, y debimos aprovechar para pugnar por una ley que sin duda traería menos persecución y criminalización, pero también debimos, junto con pegado, soltar la información de la autogestión, la autonomía y el ejercicio de los derechos con las redes sororales y feministas. Porque son una realidad.
Parecíamos más ocupadas en hallar a feministas que pensaran como nosotras, que hacer llegar el poder de la información autogestiva a quienes no están cerca como quisiéramos.
¿Que tal si ahora nombramos “aborto en casa” y “aborto en hospital”, dejando exclusivamente el legal versus ilegal, el clandestino, el inseguro, y demás motes, para debates internos con las instituciones? En primera porque pugnar porque el aborto ocurra sólo y únicamente dentro de un hospital, es quitarle a las mujeres más opciones, en un mundo criminalizador y misógino, donde justo opciones es lo que menos tienen.
Que quede claro: el aborto en hospital y el aborto en casa, ambos son abortos y son opciones seguras. En casa además del misoprostol hay hierbas, hablando de lugares donde hay parteras y estudiosas de la plantas, reconciliadas con las ancestras y brujas. El aborto no es nuevo y seguirá ocurriendo de cualquier forma. Podemos acompañar, tenemos que acompañar. Hay que usar el poder de la información, porque es claro que el Estado nos quiere muertas, con la complicidad de la sociedad misógina, que no lo tengan fácil. Sobreviviremos con digna rabia y autogestión. Acompañadas y sin miedo.
Nota, para referencias en este mismo texto, puede consultarse el artículo uno y dos.