Por: Valeria Valencia
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.- Si algo se advierte en Martha Figueroa Mier, es su capacidad para re inventarse ella misma, para destruir y volver a construir con esa fuerza de mujer que cuestiona, revoca, reclama, pero a la vez propone y coloca la pieza que hace falta para que el mundo grisáceo de las mujeres, tenga un poco de color, de derecho, de alma feminista.
Muchas la admiramos por su carácter de mujer invencible, sin atrevernos a pensar siquiera que su alma rebelde no es gratuita, está hecha a base de enseñanzas en la calle, ayudando a indigentes, gritando consignas en la adolescencia y también por una juventud de carencias y de experiencias dolorosas. Todo ello, la ha convertido en lo que hoy es: una mujer, feminista, en permanente construcción.
La Martín Carrera
Creció en la colonia Martín Carrera, al norte del Distrito Federal, entre sus vecindades y sus pulquerías; el conjunto de la Basílica era su parque de juegos. Ahí jugaba la niña Martha, en medio de gente brava, pero igual de solidaria y preocupada por el prójimo, ése que se moría en las calles de frío, de hambre, de alcohol.
Martha adolescente no prestaba atención a sus hormonas en ebullición, sino a los discursos de los líderes estudiantiles; no iba al cine ni al parque, sino a los mítines a escuchar las consignas, a hacer pintas y admirar a la lideresa que la inspiraba en ese despertar de su conciencia. “A los 13 años mi ídola no era mi mamá ni la Virgen de Guadalupe, sino la Tita, una lideresa, representante del Comité de huelga”.
Llegó el momento de la universidad: la carrera de Derecho en la UNAM. La vivió entre los larguísimos recorridos que hacía de su casa a la facultad -“Yo sé qué tan larga es la Insurgentes”- un clima de represión política y los sinsabores que le provocaba una situación de pobreza que atravesaba a nivel familiar. “Eran los años 70, y en mi casa muchas veces no teníamos qué comer, para conseguir fotocopias en mi escuela, tuve que vender mis libros y mis apuntes; me brincaba en el metro porque no tenía el peso para el boleto” recuerda Martha.
Su tesis de licenciatura denotaba ya el carácter desafiante de quien sería una de las abogadas más polémicas de México, al poner el acento en las víctimas del proceso cuando hasta entonces sólo se hablaba del procesado. “¿Dónde quedan las víctimas?” se preguntó. Y para responderse, escribió una tesis irreverente, de las primeras sobre el tema, apunta.
“Ya sos coleta vos”
Casada con un “coleto auténtico”, ha fundado su hogar en pleno centro histórico en una casa construida hace 300 años, tiene 3 hijos nacidos en San Cristóbal, entiende tsotsil y tsetsal, todo lo cual “me hace más chiapaneca que cualquiera que no ha salido de acá” y asegura que sus amistades y familiares la reconocen como tal. “Ya sos coleta, vos”, le dicen.
Su regreso al activismo en los movimientos sociales lo marcó una petición de doña Lucha –hermana de Samuel Ruiz- quien le pidió interviniera como abogada en una comunidad indígena de Palenque, donde una mujer estaba incontrolable, había mordido a policías y nadie sabía lo que le ocurría. Para llegar a esta mujer tuvo que apoyarse de una traductora, mucha paciencia y enfrentarse a un sistema judicial al que ella empezaría a cuestionar severamente.
“Todas hemos sido violadas”
El año 1989 fue decisivo no sólo en el ámbito político social de las mujeres en San Cristóbal, sino particularmente en la vida personal de Martha Figueroa. La violencia sexual hacia las mujeres aumentaba al par de su impunidad. Razones políticas o de cualquier otro tipo impedía que los agresores fueran detenidos o si los detenían eran liberados sin ninguna sanción.
Ese 8 de marzo, mujeres de diversos sectores de la sociedad coleta realizaron una marcha en contra de la violencia, hicieron pintas en las paredes, ante las miradas atónitas de la población conservadora que veían cómo las mujeres se rebelaban ante una violencia aplastante hacia sus cuerpos y el silencio y complicidad de los encargados de justicia.
Derivado de toda esta honda preocupación, mujeres como Ana Garza, Graciela Freyermuth, Laura Miranda, entre otras, se organizaron en el Grupo de Mujeres de San Cristóbal, que tenía entre sus propuestas la conformación de agencias especializadas contra delitos sexuales.
Fue el 28 de julio el día que “agarramos al gobernador en la entrada de la ciudad cuando venía a hacer una visita y le dijimos: queremos hablar con usted, a lo que él nos dijo: que pasen tres a hablar conmigo, pero respondimos: Todas hemos sido violadas, así que tiene que hablar con todas. Así que ahí ves a 50 mujeres hablando con Patrocinio González y Eduardo Montoya quien era secretario de gobierno”.
Fue así como nació la Agencia Especializada contra delitos sexuales en Chiapas que Martha presidió durante un año tiempo en el que ella comprobó, una vez más, que “un engranaje dentro de este sistema sólo te rompe los dientes” y donde entendió que ella hasta entonces había sido sólo una abogada fiscal lo cual la llevó a una crisis de identidad para dar paso a una transformación que, asegura, aún no termina.
“Primero muerta que feminista”
El camino recorrido en la Agencia, le sirvió para corroborar que se necesitaba algo más que una instancia para hacer justicia a los delitos cometidos en contra de las mujeres. Además de la infraestructura hacía falta sensibilidad de parte de las mujeres que formaban parte de la agencia, “la mayoría no éramos feministas, no había esa sensibilidad” pero tampoco la había en el resto de quienes conformaban esa instancia.
Con lo que vivió ese tiempo (los más de 40 casos de violencia contra mujeres que trató), retomó conceptos de feminismo, temas de Mujer y Derecho, porque se dio cuenta que la violencia es un tema jurídico y hasta ese momento sólo era un tema de salud.
Algunas de sus maestras en este tema fueron Julia Pérez y Aída Hernández quienes con sus enseñanzas fueron abriéndole los ojos para darse cuenta que si bien, había empezado a litigar a los 18 años, había muchas otras realidades que ella había pasado desapercibida, como la violencia de género, el machismo en las propias mujeres, los y las indígenas, “todos ellos estaban excluidos del marco donde yo me había movido”, reconoce hoy.
“Todo eso me ha costado entenderlo, el desprecio y odio hacia la comunidad lésbica gay, por ejemplo, la violencia hacia las mujeres al interior de las organizaciones, todo eso me va transformando y empiezo a entender todo de otra manera. Hoy comprendo que debemos defender nuestro cuerpo, porque si no tenemos cuerpo ¿dónde está nuestro derecho?. Antes decía: primero muerta que feminista! Ahora pienso que soy una feminista en permanente construcción.